domingo, 1 de agosto de 2010

"Videte et cavete ab omni avaritia"

Dominica XVIII per annum

En una ocasión, en un monasterio los monjes aguardaban juntos como todas las tardes la campanada para la última oración del día. Mientras esperaban comenzaron, como de costumbre, a bromear sobre las cosas del día, el trabajo, los problemas, las esperanzas. A un cierto punto, uno de ellos propuso un juego. Había que completar refranes. Uno propuso: “Mientras el tiempo dure”, y otro respondió: “lugar tiene la esperanza”. Y luego otro: “El trabajo no es entrar” y los hermanos completaron a coro: “sino encontrar la salida”; y así siguieron con muchos refranes, intercambiando sabiduría: “Perro que mucho lame, acaba por sacar sangre”; “Muerto el perico, para qué quiero la jaula”; “El que tenga cola de paja, que no se acerque a la lumbre”; “Hierba mala nunca muere, y si muere ni hace falta”; “Perro que ladra no muerde, por lo menos mientras está ladrando”; “No hay más amigo que Dios, ni más pariente que un peso”. A un cierto punto alguien dijo: “Cría cuervos y…” Un instante de silencio invadió la sala y de repente un hermano gritó: “y tendrás muchos”. Sí, de veras, cría cuervos y tendrás muchos. Nadie entendió su chiste, pero el hermano no paraba de reír, como quien ríe de alegría por haber encontrado la fórmula de la eterna sabiduría.
Lo peor y lo mejor es que tenía razón. Conozco muchos criadores de todo tipo de aves y a ninguno le han sacado los ojos sus cuervos. Lo cierto es que comienzas con dos y luego tienes tres, y luego muchos. Es que la abundancia es la bendición oculta en cada semilla que se siembra, en cada trabajo que se empieza, en cada amor que se entrega, en cada vida verdaderamente vivida. Cada semilla sembrada lleva dentro una docena en espiga. La abundancia es la sonrisa de complicidad entre Dios, el hombre y la vida. Lo que hace que podamos decir: “hoy todo nos salió bien”. Pero una vez que la abundancia se sale con la suya, necesitamos graneros. Hay pan que tiene que aguardar la lentitud de nuestra hambre; hay trabajo acumulado; hay amor que corresponder; hay vida por vivir. Necesitamos graneros. Construimos graneros para detener la abundancia, para que no se desparrame y acabe desperdiciada. Porque nosotros somos lentos, muy lentos. No nos damos abasto con la vida.
Pero los frutos de la abundancia no deben quedarse allí encerrados para siempre en el granero. Cuando el granero está harto hay que tomar medidas, pero no para construir otro granero, sino para aprovechar y compartir los frutos de la abundancia. Un hombre que, insatisfecho por no encontrar el amor en su familia, vaga de corazón en corazón buscando el amor, no hace más que construir graneros siempre más grandes. En cada corazón visitado hubo una chispa de amor, pero prefirió dejarlas guardadas como si se tratara de un paquete de cerillos. Y de veras, raramente necesitamos más de uno para hacer un incendio.
A veces almacenamos virtudes con toda delicadeza. Por ejemplo, la justicia. La justicia es como una bomba pirotécnica que distribuye con equidad sus luces en un cielo oscuro. Pero cuando se queda mucho tiempo guardada en la bodega, entonces se llama venganza, y nuestra bodega puede estallar en cualquier momento. Le tenemos que construir una bodega más grande ante el peligro de que estalle.
A veces buscamos con desesperación la paz. Y nos damos cuenta que la paz es como la chía o la linaza, esas pequeñas semillas, muy finas, que apenas encuentran un poco de agua se cubren de esperanzas y anhelos. Se visten de algo pegajoso que impide que el viento se las lleve y así puedan echar raíces donde encontraron agua. Pero a nosotros no nos gusta que la paz sea pegajosa, que necesite siempre algo a qué adherirse y eche raíces hacia la oscuridad de la tierra, y levante sus hojitas al cielo, al cielo de los anhelos, de las inquietudes que buscan claridad, al cielo de los inconformes. Preferimos poner la chía en una bolsita seca, tan seca como nuestra paz que no desea nada más que un granero más grande. Así no es posible la vida.
El Señor Jesús no prohíbe acumular en graneros. Prohíbe construir uno siempre más grande, porque los graneros enormes son como cuervos. Te sacarán los ojos y no podrás ver. Pero los cuervos no sacan los ojos de los vivos. No construyas pues un granero para ti mismo, porque acabarás allí como una semilla olvidada que ya no se siembra, ni se come ni ríe con la abundancia.