domingo, 31 de octubre de 2010

"Ecce dimidium bonorum meorum, Domine, do pauperibus et, si quid aliquem defraudavi, reddo quadruplum".

Dominica XXXI per annum

Muchas veces hemos escuchado las palabras del Señor: “Vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y sígueme”. Una exigencia que resuena en el oído de nuestro corazón como un despertador al que ya nos acostumbramos a no escuchar. Y sin embargo, todo el arte de la vida cristiana consiste en saber dejar, dejarlo todo.
Es curioso, antes de que Jesús pronunciara su mandato “vende todo lo que tienes”, Zaqueo ofreció la mitad de sus bienes, y el Señor aceptó su oferta. Sólo el cincuenta por ciento. ¿Se trataba de uno más de sus fraudes? ¿Era una más de sus mezquinas tacañerías? Lo cierto es que Zaqueo pone ante nuestros ojos una verdad capital de la vida del espíritu.
Fíjate bien, un Maestro enseña que todo cristiano que emprende el camino de retorno a Dios, comienza necesariamente sólo con la mitad de sus bienes. Cuando Zaqueo vio a Jesús supo que esta vez se encontraba ante un verdadero misterio. Supo que ningún precio sería demasiado alto. Dios lo visitó en su casa, como un rey que visita la guarida rica y desordenada de un ladrón sofisticado. Sin embargo, Zaqueo ofreció sólo la mitad de sus bienes porque no tenía más. Como todo hombre que retorna a Dios, Zaqueo cojeaba. Y es que nadie vuelve a Dios caminando firmemente con dos pies. Quien vuelve a la vida de oración después de algunos años de olvido, vuelve sólo con la mitad de sus bienes. Muchas veces intenta orar y ora con palabras vacías, sin corazón, sin comprender qué gana con asistir de nuevo a la Iglesia. Los esposos que vuelven a Dios a través de la senda matrimonial, queriendo recuperar el tiempo perdido, nunca vuelven más que con la mitad de sus bienes. Muchos gestos para recomenzar la senda del amor aparecen vacíos, privados de sentido, desencarnados, fingidos. La mayoría se aburren de arrastrar la vida con puros formalismos y mandan todo a la ruina. Alguna vez hemos escuchado a un joven monje que aseguraba que antes de entrar en el monasterio su vida era más entregada a Dios, pero una vez embocado el camino monástico, su entrega a Dios se vio menguada por las horas de trabajo y de estudio que nos hacen verdaderos monjes. Es que todo principiante comienza sólo con la mitad de sus bienes. Tiene presencia, pero le falta experiencia. En algunos años de escuchar las buenas conciencias, he encontrado tan pocos cristianos que viven plenamente las verdades que predican. Nosotros comenzamos y recomenzamos siempre con la mitad de nuestros bienes porque no nos queda de otra. No tenemos más que la mitad.
Todos comenzamos y recomenzamos el arrepentimiento con un solo pie. Pero nadie debe quedarse allí, a medias. Hay que darse prisa y, como el niño que no pudiendo andar con sus dos pies anda a gatas, hay que restituir cuatro veces nuestros fraudes con Dios, con el prójimo, con la vida. Zaqueo se hizo más pequeño desde aquel día en que el Señor Jesús entró en la casa de su vida. Y por eso cuando Zaqueo propone restituir sus fraudes hasta cuatro veces, comprendemos que la cosa le tomará la vida entera. Por eso nadie ha de creer que el arrepentimiento llega en un instante, restaura todo y se marcha para siempre de nuestras vidas. El arrepentimiento atraviesa nuestra vida toda porque es la lucha entre la verdad y nuestra falsedad.
Claro que al final de nuestras vidas difícilmente podremos decir que lo hemos restituido todo. Casi siempre nuestra vida llega al final y aún nos queda tanto por vivir, tanto por amar, tanto por perdonar, tantas cuentas pendientes. Pero el esfuerzo constante por restituir nuestros fraudes nos habrá purificado. Al final, el cristiano que ha devuelto cuanto ha podido a la Verdad no tiene otra riqueza que la fe, que es lo único que salva. Después de tantas luchas por vencer nuestra falsedad, sólo nos quedará un único bien, el tesoro escondido que nos movió a dejarlo todo, la perla preciosa que nos hizo venderlo todo. Al final sólo nos queda Cristo, la salvación que un día entró en nuestra casa, la otra mitad de nuestros bienes que encontramos sólo cuando hemos perdido todo.