domingo, 1 de febrero de 2015

"Obmutesce et exi de homine!"

Dominica IV per annum

La vida es rara, y por ello nuestro mundo está lleno de curiosidades. Hace unos días nacieron algunos gansitos en nuestro corral. Es curioso que los gansitos cuando nacen tienen más bien pocas posibilidades de sobrevivir, dado que suelen nacer de noche y la madre no se da cuenta de que ya han nacido. Los polluelos escapan del nido para dar su primer paseo nocturno y mueren de frío al no poder, extraviados, localizar una fuente de calor.  Otros son pisoteados accidentalmente por los gansos adultos y mueren. Curiosamente, antes de que sean capaces de buscar calor, si los colocas en una bandeja con agua, nadan como expertos.
Los loros cuando nacen no pueden ver. Abren el pico por instinto, y los padres, estimulados por el color y el sonido apenas perceptible, depositan alimento en sus pequeños picos. Y así continúan hasta que los polluelos alcanzan la edad en que son capaces de volar, buscar alimento y nutrirse por sí solos. Cuando comienzan a brotarles las plumas, si tomas uno de esos polluelos y lo salpicas con un poco de agua, comenzará a bañarse como por instinto. Y así, antes de saber comer, sabe bañarse.
El libro de Job también advierte que «El avestruz agita sus alas con ostentación y su pluma se parece a la de la cigüeña que vuela, pero el avestruz pone sus huevos en la tierra, y deja que se calienten en el polvo. No le preocupa que alguien los aplaste
o que un animal salvaje los destruya. Trata con dureza a sus polluelos,
como si no fueran suyos. No le importa si mueren, porque Dios no le dio sabiduría
ni le dio entendimiento. Pero siempre que se levanta para correr le gana al jinete con el caballo más veloz». Los avestruces, como muchas aves nidífugas, comienzan a comer unos cinco o seis días después de nacidas. Antes no, y normalmente lo hacen por imitación; pero si se alimentaran antes de tiempo,  el aumento de peso podría comprometer el desarrollo de sus débiles patas. Sin embargo, la costumbre de bajar su cabeza a ras de suelo cuando se sienten amenazadas la cumplen como por instinto ya antes de ser capaces de comer y correr.
Bueno, con los seres humanos suceden algunas curiosidades análogas. Ya antes de que el cachorrito humano pueda comer por sí solo o al menos sepa atarse las agujetas de los zapatos, el pequeñuelo comienza a luchar. Lucha por vivir, lucha por ser amado, lucha por sentirse feliz: lucha. Es como si por instinto el pequeñuelo comprendiera que este mundo es un campo de batalla, y la vida una milicia y un combate. Luego continúa el pequeñito aprendiendo a luchar por imitación. Mira atentamente cómo luchan sus padres ante la vida y entre sí e imita su actitud, aprende de ellos. Lucha también con otros chiquillos y a veces la lucha es más que un juego.
Nosotros atravesamos el mundo y poco a poco caemos en la cuenta de que somos peregrinos en él. Pero también muy pronto nos damos cuenta de que el diablo no es peregrino del mundo, sino ciudadano de él. Por eso el mundo es para nosotros un lugar de lucha constante. A veces movidos por algún oscuro deseo pensamos que podemos compartir con el diablo esa ciudadanía mundana, y pactamos alianzas con él por el pecado. Pero esas alianzas son siempre ventajosas para el diablo. Otros piensan que pueden manipular al diablo, y hacerle cumplir cuantos caprichos quieran. Pero eso no es más que loca superstición. El diablo nunca es leal ni es obediente. Inventa la superstición precisamente para no obedecer a nadie y hace creer a los despistados que a través de algunos elementos creados por Dios él podrá ser manipulado. La hechicería es un engaño de Satanás precisamente por eso. Te hace creer el diablo que se ha convertido en un títere en tus manos, que se ha puesto hilos para ser controlado y te ha dado la cruceta con que puedes manejarlo. Así confías en que algunos ídolos tienen atado al diablo y puedes moverlo con ellos a tu antojo y capricho. Nada más absurdo que esto.
La gente del tiempo de Jesús se maravilló cuando vio a Jesús expulsar un espíritu inmundo que atormentaba a un hombre. Se maravillaron y dijeron: «¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen». A la gente del tiempo de Jesús le pareció que eso que habían visto era una nueva doctrina. Y verdaderamente lo era, pues nadie hasta entonces había podido echar mano del diablo y hacerlo obedecer sin ser engañado.
El Señor Jesús expulsó al diablo diciendo: «Cállate y sal de él». Cristo lo calló por dos razones. En primer lugar, porque no quiso ser predicado por ministro tan indigno. Y en segundo lugar por enseñarnos el amor del silencio. El diablo es ruidoso, y por eso nuestros cuerpos rechazan el ruido. El silencio, en cambio, es padre de la armonía y es un bien común. El silencio es de todos, mientras que el ruido es de quien lo produce. El silencio no es invasivo, es más bien una casa que acoge, es pregón y anuncio dela patria futura. En el silencio ha de ser combatido y vencido el diablo, porque el silencio es gloria de los ángeles, y al mismo tiempo condena de los demonios. Un monje no tiene enemigos, pero guarda silencio como los ángeles para combatir a los demonios. No calla por odio, sino porque lucha, no contra sus hermanos a quienes debe amar confiado en la misericordia de Dios, sino contra los demonios que no esperan nada de la misericordia de Dios.