domingo, 24 de julio de 2016

"... et pulsanti aperietur"

Dominica XVII per annum

Recuerdo que cuando comenzamos a aprender a trabajar la cerámica, nuestra maestra nos pidió que hiciéramos un cuenco con las palmas de nuestras manos. Era imaginarnos como hombres de las cavernas disponiéndonos a acarrear algo. Bueno, de este gesto tan elemental surge todo el arte del ceramista. Sus palmas formando un cuenco están dispuestas a recibir y a llevar. El ceramista no hace otra cosa que extender este gesto con formas bellas, texturas, colores. Y algo así sucedió cuando Juan enseñó a orar a sus discípulos. Les compuso una pequeña oración que era como un cuenco formado con las palmas de las manos y de allí ya todo lo demás era posible.
Cuando uno de los discípulos de Jesús le dijo: «Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos», él, que como verdadero Dios escucha la oración de todos, les enseñó la oración que solía dirigirle Juan, la misma que le dirigían sus discípulos. El Señor conocía la secreta oración de Juan y podía enseñarla porque como verdadero Dios escucha y conoce cada plegaria. Y les dijo entonces: «Si alguno de ustedes tiene un amigo, y viene durante la noche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle". Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos". Si el otro insiste llamando, les aseguro que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite».
Esta enseñanza de Jesús me recuerda unas notas de un monje escritas pocos meses antes de ir al martirio: «Yo no tengo nada y es de noche… Soy pobre, pero tengo un amigo. Recibo de su corazón abierto lo que me falta: el amor, la misericordia, la ternura, la paciencia y la paz». Sabía muy bien nuestro mártir que toda la vida del cristiano es una larga noche en la que no tenemos nada. Somos pobres. Y sin embargo, recibimos del amigo todo eso que nos falta para acoger en la hospitalidad al amigo que viene de viaje. Este amigo que viene en nuestra misma noche es el terrorista, el violento, el hombre armado. Al final, «frente al martirio el santo y el asesino no son más que dos ladrones que cuelgan del mismo perdón». Y habrá que acogerlo en nuestra misma noche con panes de misericordia, de paciencia y de paz. Panes que no tenemos. Por eso, en la noche oscura, hemos de pedir al amigo que nos abra su casa, la despensa de su corazón rasgado para encontrar en ella todo lo que nos falta.