Los poetas dicen
que Dios tiene tres hijas. La Fe, que es una espléndida esposa fiel, la Caridad,
que es una abnegada madre entrañable, y la Esperanza, que es una niña muy
pequeñita. La Fe se eleva por los siglos, y la Caridad se extiende por los
siglos, pero la pequeña Esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos
días. Dicen los poetas que la Fe es un soldado, un capitán que defiende una
fortaleza, una ciudad del rey. Y dicen que la Caridad es un médico, una
hermanita de los pobres, que cuida a los enfermos, que cura a los heridos, a
los pobres del rey. Pero la pequeña Esperanza es la que cada mañana saluda al
pobre y al huérfano.
Dicen que en la
oscura noche vuela como un fantasmita resplandeciente. Entre sueños todo el
mundo la invoca; todos la imploran. Porque la noche a menudo consigue que el
hombre renuncie a sí mismo y finalmente se rinda en manos de Dios.
Yo les digo que la
Esperanza es una niña hermosa, la más bonita, la más tierna. Que tiene siempre
su corazón en la mano de Dios porque allí está su tesoro. En los puños de Dios,
rebosantes de estrellas amigas, juega la Esperanza a adivinar los secretos de
Dios. Entre las manos de Dios, se complace en sus milagros.
Dicen los poetas
que toda vida procede de la ternura. Hasta el guerrero más duro ha sido un niño
tierno alimentado con leche, y hasta el mártir más riguroso ha sido un tierno
bebé lactante. Porque la ternura es el perfume de la Esperanza, es su promesa.
En este día el cielo se alegra porque ha germinado entre las manos de Dios un
tierno brote. Y la Esperanza juega, ríe, goza. En este día en que preparamos
nuestros corazones para festejar el nacimiento de la Madre de Dios, la
Esperanza canta de gozo. Porque ha visto descender de las manos de Dios una
estrella matinal sobre la tierra, una estrella resplandeciente de milagros, que
anuncia el gran día del verdadero Sol de justicia. Aquella que ha de ser templo
del Dios vivo, tabernáculo del Rey del cielo, nace al disiparse la noche del
mundo. Aquella que ha de recibir en sus entrañas al verdadero fuego espiritual,
nace envuelta del tierno calor materno. Nace pequeña, perfumada de ternura. La
mano de Dios se abre para vestir de maravillas la tierra. «Grandes cosas ha
hecho por mí el que todo lo puede».
El nacimiento de
la Madre de Dios hace bailar de gozo a la Esperanza. Se asoma sobre su cuna y
le habla a la pequeña Virgencita de los anhelos de los hombres, de los sueños
lastimados de sus corazones. ¡Cómo anhelan saberse hijos de Dios! ¡Cómo buscan
un milagro que los ponga a salvo en sus peligros! La Esperanza intercede por
nosotros desde el profundo brillo de sus ojos y la pequeña Virgencita nos mira
allí, en ellos. Es que la Esperanza lleva en sus ojos el recuerdo de los
corazones en que ha peregrinado. Y así, las dos niñas hablan del cielo y de la
tierra. La Virgencita lleva en el brillo de sus ojos muchos milagros, la
Esperanza lleva nuestros corazones quebrantados. Las dos se miran a los ojos:
ojos de cielo y de tierra. La Esperanza llora porque ha llegado al puerto con
sus velas rasgadas. María sonríe porque el día se ha abierto.
Tu nacimiento,
Santa Madre de Dios, llenó de alegría el mundo entero. Salve, por ti se ilumina
la aurora, salve, Virgen gloriosa, ruega a Cristo por nosotros.