Creo
que todos pagamos impuestos para conservar la paz, impuestos para mantener la
limpieza pública, impuestos para fabricar la belleza urbana, impuestos para
asegurarnos nuevas ciudades, impuestos para no destruirnos unos a otros. No hay
virtudes civiles que florezcan sin impuestos. Las más hermosas ciudades no
nacen por generación espontánea. Se edifican nutridas por el cansancio y la
sangre de sus ciudadanos. Ninguno de nuestros monasterios se erigió como ciudad
monástica sin que cada monje rindiera entre sus muros el tributo de su vida.
Decimos
que los impuestos son justos cuando buscan el bien común. Pero no seamos
ingenuos. El bien común siempre es más difícil de lograr de lo que pensamos. La
ambición desmedida, la corrupción, la apatía, el conformismo, un extraño gusto
por destruir lo bueno sólo por arruinar el mundo, son los estorbos que nosotros
mismos ponemos a nuestra búsqueda del bien común. Hacer tu parte en la búsqueda
del bien común es ya de por sí algo bueno a favor de la vida.
Esto
es fácil de entender, pero muy difícil de practicar. Este año creo que todos
hemos sufrido las consecuencias de la escasez de lluvias. Pueden ver nuestros
diminutos elotitos convertidos en mazorcas. Como comunidad hemos trabajado
mucho en esos campos y hemos disfrutado mucho de la amistad que proporciona la
fidelidad de la tierra. Hemos podido cosechar nuestro maíz y hasta compartirlo
en la caridad. Aún esperamos que las flores silvestres crecidas entre las
milpas nos proporcionen algo de miel. Pero las escasas lluvias no prometen gran
cosa. Las ganancias serán modestas. ¿Cómo podríamos convencer a quienes cultivan
hierbas venenosas de que el trabajo honrado es el camino mejor si nosotros
mismos casi salimos perdiendo? Y es que el cristianismo siempre debe caminar
por el camino más difícil. “Den, pues, al César lo que es del César”.
Ayer
comentaba con alguien que hace algunas décadas se consideraba a los espíritus
que negaban la vida en otros planetas como gente de mente cerrada y mirada
estrecha. Yo nunca he creído esa posibilidad. No creo que haya vida en otros
planetas porque continuamente me maravillo de tan grande milagro en este
planeta. Si creemos en la evolución, necesariamente afirmamos que la vida es un
verdadero misterio, algo muy raro, tan raro que tuvo que remar contra corriente
y evolucionar para adaptarse a un mundo que de por sí le era adverso. La evolución
sería un absurdo si la vida fuera una obviedad, algo muy fácil de darse aquí y
en todas partes. No, la vida es algo muy raro y por eso precioso. Tuvo la
humildad de adaptarse y aceptar el reto de luchar en medio de todo lo que le
era adverso. Desde niño he visto nacer pájaros, peces, reptiles, abejas y
muchas bestias más. En los nacimientos en que hay menos lucha, peligra más la
vida. El polluelo que no lucha contra el cascarón se asfixia, el pececillo que
no nada contra corriente acaba desgarrado contra alguna roca, a la abeja que no
roe el opérculo de su celda natal le revientan las entrañas. El milagro de la
vida se humilla siempre para aceptar las condiciones de esta tierra de todos,
del aire común, del agua que todos bebemos. No somos nosotros, los humanos, los
únicos que hemos luchado por la vida. No somos los únicos que sabemos de dolor,
de traiciones estructurales, de malas pasadas. Todos los vivientes han puesto
la verdad de sus vidas al servicio del mundo de todos, en medio de muchas adversidades.
Dar al César lo que es del César es tener la humildad de luchar por la vida
presente sin hipocresías, sin hacer trampas, hasta las últimas consecuencias.
Nosotros,
los cristianos, sabemos que mientras construimos una ciudad terrena para
custodiar la honestidad de la vida, se nos prepara una ciudad celeste, donde la
vida no lucha más en medio de precariedades. Por eso el cristianismo es la
custodia, el sagrario, el tabernáculo de la vida. Dios nos ha encomendado
llevar la vida de la ciudad terrena a la ciudad celeste donde Dios reina. Ahora
vemos la vida como una vieja moneda gastada, grabada con la imagen del tiempo
que pasa. Pero cuando esto corruptible se vista de incorrupción, la vida tendrá
la imagen de Dios inmortal. Pidamos a Dios que nos ayude a dar lo mejor de
nosotros mismos a favor del bien de todos, a favor de la vida, y que su reino
venga pronto a nosotros para que nuestra vida vuelva a sus manos.