Missa in sufragio pro R. Domno Benito
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Cuando conocí al
Padre Benito, tenía un pavo real. Suelen los pavos reales volar recogiendo sus
brillos en la fuerza de sus alas. Y en eso muestran, por el recogimiento de sus
plumas, que son humildes cuando se elevan. Pero cuando posan por tierra,
despliegan un circulo perfecto de plumas majestuosas. Así muestran que aman por
igual a cada una de sus plumas y las despliegan con igual majestad a todas,
orgullosos de cada una de ellas. Ninguna otra ave tiene un amor tan equitativo y
justo por sus plumas como el pavo real. Y por eso son imagen de Cristo, humilde
cuando asciende y justo cuando ama.
Cuando conocí al
Padre Benito, tenía algunos cuervos. Y bueno, pues los cuervos representan la sabiduría
benedictina que acarrea lo que nutre y aleja lo que envenena. Los antiguos
creyeron escuchar en el graznido de los cuervos las voces: «cras, cras». Y pues «cras», en latín
significa «mañana». Así, el cuervo benedictino es pregonero del mañana, pues siempre
que haya monjes esforzados en llevar alimento al claustro y en alejar de los
monjes cuanto puede envenenarlos, siempre habrá un mañana.
Hace algunas
semanas he visto un magnífico copón, adornado con bellos esmaltes y con
aplicaciones metálicas en forma de águilas. En la tapa lleva una inscripción
que explica el sentido de las águilas: «Ubi est corpus, ibi congregabuntur et aquilae»,
«Donde está el cuerpo, allí se congregarán las águilas». En efecto, esa hermosa
palabra evangélica es ley para los corazones de los monjes. Pues así como las
águilas no se nutren de carne muerta, sino que se elevan para buscar desde lo
alto la carne viva que las nutre, así las almas amantes han de buscar el Cuerpo
vivo del Señor, elevándose por la humildad y cerniéndose por el amor. Habrá que
perseguir a Cristo, como el águila persigue la carne que le alimenta.
Cristo es
un monje laborioso que lleva incansable el pan de su vida a los corazones que
lo buscan y aleja de ellos todo veneno mortal. Como imitador de Cristo, el
Padre Benito fue también un trabajador incansable. El trabajo fue para él cáliz
de salvación, cáliz de la pasión del Señor, que bebió con Cristo hasta el
final. El trabajo fue para él vino nuevo para dejar atrás todas las amarguras
de la vida. No creo que haya una mejor manera de honrar su memoria sino
siguiendo su ejemplo de diligencia en el trabajo y en la plegaria.
Curiosamente
el Padre Benito usó también un cáliz hermoso, regalo de su mamá, cuya copa se
apoya sobre una cruz de amatistas, que son las piedras de la fidelidad. Pues
como enseñaron nuestros padres, «la disciplina claustral es la cruz de Cristo,
y nadie es depuesto de ella sino muerto». Hace unos días escuché a alguien
decir que un abuelo es alguien que tiene cabellos de plata y corazón de oro. Y
nosotros muchas veces escuchamos al Padre Benito decir con lágrimas: «La vida
monástica vale oro». De ese oro monástico había mucho en su corazón, junto con
lágrimas y fuego.
En Santa María
de la resurrección el Padre plantó algunos árboles que él llamaba algarrobos.
Pues siempre se sintió un hijo que añoraba la casa paterna, aun viviendo en
este monasterio. Tal vez ahora, en el claustro del cielo, que es el corazón
abierto de Cristo, tal vez ahora añore esta casa materna. Y puesto que ha
imitado a Cristo en sus labores, y lo ha abrazado a través de la muerte como
manojo de mirra, vuele al cielo como águila y como cuervo amigo vuelva a
dispensar el pan de la intercesión y despliegue las alas de su protección sobre
todos nosotros.
Todos soñamos un
mejor monasterio, una comunidad mejor. Sé que no fui el mejor hermano ni el
superior que él hubiera deseado, y pues quisiera pedir perdón y decir gracias,
con el gracias de Cristo, que transforma nuestra insuficiencia en pan de vida y
de bendición. En la mesa santa en que Dios sirve y es servido comulgamos juntos
el perdón de Dios y su amor, que es él mismo. Imitamos juntos sus misterios y
los realizamos para bien de la Iglesia. Sea el amor justo del Señor, nuestro pavo real y divino, lo que nos
lleve a todos juntos a la vida eterna.
Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis.
Requiescat in pace.