Dominica
XXX per annum
Cuando conocí a
Beno no sabía gran cosa acerca de los gatos. Pronto me explicaron que un gato
es una excelente máquina de cacería. La sorprendente rapidez de los reflejos,
la agilidad para evitar caídas desastrosas, la aguda percepción del movimiento,
todo, todo hace del gato una trampa viviente. Un gato hace memoria de sus
ancestros nocturnos, y pues percibe más el movimiento que el color, así se
distrae menos y se enfoca más. Incluso el suave pelaje puede ser una defensa
cuando después de un rato de caricias y ronroneos tu ropa impregnada de finos
pelitos te advierte que ni se te ocurra cargarlo de nuevo. Y bueno, cuando al
fin logras ponerlo boca arriba y hacerle cosquillas en su panza, tu mano está
en serio peligro. La trampa de cuatro garras puede cerrarse y atrapar tu piel
entre sus arañazos.
Beno es un
gatote muy noble. Era desde cachorro un gatito aventurero que buscaba juegos,
caricias y sabores. Lo mejor es que sabe devolver el juego sin hacer recurso de
la sofisticada tecnología retráctil de sus uñas. Su astucia le hizo aprender
que las almohadillas de sus manotas son mejores para hacer rebotar una pelotita
de goma que sus uñas. Y que siempre que sus uñas se enreden en el cordel del
juguete, pues perderemos tiempo precioso de juego.
Hemos pasado
mucho tiempo jugando con pelotitas, cordeles, cascabeles y listones, y con el
tiempo he llegado a sospechar que Dios hizo los gatos no para cazar, sino para
jugar con ellos. Y que sólo en un mundo que conoce mucho de hambre, crueldad y
apatía, los gatos convierten su talento de juego en un arma. Así la perfecta
vista de un gato se vuelve ceguera. Deja de ver al mundo como juguete y lo
comienza a ver como presa. Y algo parecido sucede en nosotros cuando dejamos de
ver nuestro mundo como el espacio de nuestros juegos y lo comenzamos a ver como
algo que depredar.
Algunos de los
filósofos antiguos pensaron que los ojos eran órganos constituidos básicamente
por agua y fuego, y por ello podían emitir rayos que alcanzaban a tocar todas
las cosas iluminándolas y produciendo así la visión. Por medio de esos rayos
nuestros ojos perseguían las cosas para acariciarlas, captar su imagen y así
palpar el mundo. Luego se corrigió esa idea y comenzamos a pensar que más bien
la luz llega a nuestros ojos y por eso vemos.
Bueno, hace
algunos años adquirí un ejemplar de Trichoceros
antennifer, una orquídea de flor pequeña que tiene el aspecto del moscardón
que la poliniza. El enigma me parece fascinante: ¿fue el moscardón el que evolucionó
hasta tomar el aspecto de la flor?, ¿quería el moscardón hacerse tan semejante
a la orquídea hasta el punto de arriesgarse a confundir la flor con su pareja?,
¿pero para qué querría engañarse cortejando a una flor en vez de una mosquita
real? Por mucho que el moscardón se sienta fascinado por las recatadas mosquitas
muertas, para el caso enamorar a una flor es como proponerle matrimonio a un
maniquí.
Pensemos la
hipótesis contraria: ¿y si hubiera sido la flor la que tomó forma de mosca? Bueno,
habría sido bastante difícil que la flor se disfrazara de algo que nunca ha
visto. ¿Cómo lo habría logrado, puesto que la flor no puede ver al insecto? Con
todo, sospecho que el Trichoceros
antennifer tiene una flor que soñó con ser mosca y que poco a poco, con el
paso del tiempo, lo ha ido logrando. Soñó con volar y tal vez en algunos
milenios más de evolución lo logrará, aunque en su ceguera nunca haya visto lo
que es volar.
En las cosas
espirituales, los ojos sí emiten rayos de luz que persiguen lo que nunca han
visto. Eso es la fe, que nos permite
perseguir a Dios para jugar con él. La fe que nos permite soñar que volamos
como Dios, hasta transformarnos en él. Hoy escuchamos en el evangelio la
historia de un ciego que, como la orquídea quiso volar. No vio a Jesús pero
supo que Jesús volaba por el camino que conduce al cielo, y su deseo de ser
como él lo llevó a volar a pesar de su ceguera. A pesar de que los hombres lo
herían con miradas y regaños de importunidad, él jugó a perseguir a Jesús, y en
su ceguera pronto estaba ya volando, soltando su manto, saltando tras el sueño
de un Jesús que podía devolverlo al milagro de ver.
No fuimos creados como trampas ni como armas. Fuimos creados para el juego de la amistad y de la compasión. Tampoco fuimos hechos para perder el tiempo enredando nuestros filos en heridas deshilachadas. Nuestros ojos fueron hechos para jugar a volar y perseguir a Dios a quien no vemos y soñando así sin ver que podamos transformarnos en él.
No fuimos creados como trampas ni como armas. Fuimos creados para el juego de la amistad y de la compasión. Tampoco fuimos hechos para perder el tiempo enredando nuestros filos en heridas deshilachadas. Nuestros ojos fueron hechos para jugar a volar y perseguir a Dios a quien no vemos y soñando así sin ver que podamos transformarnos en él.