Hay tiempos en que el mundo atraviesa noches muy oscuras. Y en esas noches la luz de los santos brilla con nitidez, como diamantes sobre terciopelo negro. Así fue el tiempo de Teresa de Jesús. Un tiempo en el que santos como ella, como Juan de la Cruz, el Maestro San Juan de Ávila, San Juan de Dios y tantos hombres y mujeres espirituales iluminaron las tinieblas de sus noches. Nuestro tiempo, en cambio, no conoce noches verdaderamente oscuras. En nuestras noches pobladas de faros, de alumbrados públicos, de anuncios espectaculares, de asistentes de luz de carretera, no conocemos más la noche oscura, ni el silencio verdadero, ni la oscuridad de ningún camino. Aun así los santos siguen brillando en nuestro tiempo. Es que a menudo Dios los manda a visitar el mundo para llenarnos de esperanza.
Hace unos días, nuestra Madre la Iglesia agregó al canon de los bienaventurados al venerable siervo de Dios Carlo Acutis. Carlo fue un jovencito que vivió apenas quince años. Y con esos pocos años demostró qué tan poco basta para ser amigo de Dios y preparar la eternidad con él. También el Padre Dom Christian de Chergé solía decir: «Dios tiene mil años para hacer un día: ¡yo tengo sólo un día para hacerlo eterno, y es hoy!»
La fe de Carlo era limpia y graciosa, como suele ser la fe de los pequeños. Ya completa, y sin embargo todavía pequeña. A esa edad la fe es como la risa o como las manos: ya definitivas, y necesitadas de tan poco para estar colmadas. Hay frases de Carlo que me maravillan por su pureza: «La única mujer de mi vida es la Virgen María»; «la Eucaristía es mi autopista al cielo»; y todavía más incisiva: «la felicidad es mirar a Dios, la tristeza es mirarnos a nosotros mismos».
Como benedictinas y benedictinos, creo que desde muy jóvenes aprendemos que la comunidad ha de ser nuestra gran pasión en la vida. Hay que dar todo y dejar todo por ella. Era novicio cuando leí las palabras de Dom Christian: «Este monasterio es como la novia de mi elección, más imperfecta que mi sueño, pero única en su realidad». Sus palabras daban la vuelta al mundo y en mi cabeza en esos años, palabras selladas fielmente con la sangre de su martirio. Para una verdadera benedictina, para un verdadero benedictino, la comunidad es nuestra pasión. Estamos llamados incluso a despertar de nuestros sueños y abrir nuestros ojos a su realidad única, a veces inmadura, a veces envejecida y neurótica, a veces marchita, y seguir cuidando de ella con toda el alma, como del amor de tu vida. Cuando leí por primera vez las palabras de Carlo: «La única mujer de mi vida es la Virgen María», me vinieron también a la mente las palabras de Pedro Casaldáliga: «Al final del camino, cuando se me pregunte: “¿has vivido, has amado?”, abriré el corazón y estará lleno de hombres». Y comprendí que el camino de Carlo era un camino muy diferente del nuestro. La Eucaristía fue su autopista al cielo. Pero nosotros vamos enfrascados en el tráfico de las horas pico. Y a veces recorremos el evangelio «puebleando», como decimos en provincia. Moisés mismo habría sido un fracasado si hubiera puesto una agencia de viajes. Su largo camino por el desierto apenas le permitió gustar el maná, lejano aroma del pan del cielo que cada día alimentaría al mundo. Tomó tanto tiempo llegar a la mesa prometida. Y si Cristo se identifica con quienes han de nacer es precisamente por la larga espera que significó su venida al mundo. La humanidad recorrió tantos caminos antes de encontrarlo. Y eso bien lo sabía Carlo: «Somos más afortunados que los Apóstoles que vivieron con Jesús hace dos mil años. Para encontrarnos con él basta que entremos en la Iglesia».
Pero los santos nunca son un fracaso. Nunca están de más. Incluso aunque sus ideas y mociones no correspondan con la experiencia inmediata de nuestro tiempo. Aun entre las muchas luces mundanas, brillan. Algunos de ellos, como Francisco de Asís o el mismo Carlo Acutis, son hombres no de su tiempo sino del mañana. Vienen de un siglo futuro para llenarnos de esperanza y hacernos anhelar el evangelio ya cumplido.
Pienso que ahora Carlo, desde el cielo, recorre muchos caminos, trayendo sanación y esperanza a un mundo doliente, embotellado, embotado. Pienso que Carlo ahora llena su corazón apasionado de tantas amistades espirituales. Pienso que Cristo ha hecho de él un pescador de hombres con redes sociales. Y pienso que Carlo ha hundido su mirada en la mirada del Padre y nos mira como Dios nos ve, sin tristeza y con entrañable amor.
Mientras tanto, a manera de oración, caminemos con las palabras del Padre Casaldáliga: «Es tarde, pero es nuestra hora. Es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el futuro. Es tarde, pero aún es madrugada si insistimos un poco».