«Quisiera
comenzar esta meditación con palabras bien conocidas de todos. Palabras que se
repiten todos los años en los momentos culminantes de la liturgia de la
Iglesia, cuando recordamos la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. “Christus factus est pro nobis obœdiens usque
ad mortem”, canta la Iglesia el Jueves Santo. “Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem, mortem autem
Crucis“, continúa el pensamiento—siguiendo a San Pablo—en el Viernes Santo.
“Propter quod et Deus exaltavit illum et
dedit illi Nomen quod est super omne nomen”: “Por lo cual Dios lo exaltó y
le dio el Nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,8-9). Y así concluye la
Iglesia su himno al Salvador resucitado, en la vigilia pascual: “Scio enim quod Redemptor meus vivit”: “Yo
sé que mi Redentor vive” (Job 19,25).
Nunca olvidaré lo que experimenté cuando por primera vez oí
estas palabras durante la solemne liturgia que se desarrollaba en la catedral
real de Wawel, en Cracovia. Siendo
joven, acudí a la catedral el Miércoles Santo cuando comenzaba el primer canto
de Maitines. Recuerdo a los seminaristas sentados en los bancos, a los
canónigos capitulares en sus sitiales en el coro, y, cerca del altar mayor de
la catedral, al arzobispo de Cracovia, el inolvidable cardenal Adán Esteban
Sapieha. En el centro se encontraba el tenebrario con las velas, que eran
apagadas sucesivamente a medida que se terminaba de cantar cada uno de los
salmos. Y al final el canto: “Christus
factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem”. Tras un momento de
silencio, el salmo Miserere (50) y la
última oración recitada por el Arzobispo: “Respice,
quæsumus, Domine, super hanc familiam tuam, pro qua Dominus noster Iesus
Christus non dubitavit manibus tradi nocentium et crucis subire tormentum”.
Después de lo cual todos salían en absoluto silencio.
Todavía hoy pienso a menudo en ello, porque aquella
experiencia fue única, y no la he vuelto a vivir con la misma intensidad de
entonces, ni siquiera en la misma catedral, durante celebraciones similares.
Consistió fundamentalmente no sólo en el descubrimiento de la belleza y de la
fascinación espiritual de la liturgia de la Semana Santa, sino sobre todo en el
descubrimiento de esa dimensión absoluta que es el Misterio expresado en la
liturgia y proclamado por ella como mensaje de perenne actualidad.
Después de las palabras de San Pablo sobre la obediencia de
Cristo hasta la muerte, todos permanecieron en profundo silencio, y yo sentí
que en aquel instante callaban no sólo los hombres, sino también la catedral
entera, aquella inmensa catedral en la que está concentrada la historia de mi
nación.
Toda la humanidad, la Iglesia y el mundo, el pasado, el
presente y el futuro, se unen en el silencio más profundo, lleno de adoración,
ante el hecho de que “Christus factus est
pro nobis obœdiens usque ad mortem”. Aquel silencio, en aquel lugar, es la
actitud más adecuada del espíritu humano, su “palabra” más certera. El silencio
ante el Misterio, en el que Dios por medio de su Hijo, obediente hasta la
muerte, lleva a cabo la obra de la Justificación, introduce el misterio de la
Redención en el misterio de la Creación. El misterio de la Creación encuentra
así su complemento en la dimensión de la Verdad y de la Justicia divina».
SS. Juan Pablo II
SS. Juan Pablo II
O divinas palabras que sólo pueden venir del espíritu quebrando ante la presencia celestial.
ResponderEliminar