Dominica I adventus
Todos sabemos que el conejito Totopo es uno de los más notables superhéroes. Invencible gracias a sus súperpoderes, inigualable gracias a su inteligencia y astucia, insuperable gracias a su capa mágica. Pero no siempre fue así. Alguna vez cuando el pequeño conejito era apenas un gazapo, tenía miedo de la oscuridad. Había notado que la oscuridad era lo más peligroso del mundo. Si caminas en la oscuridad puedes chocar con las cosas, resbalarte y caer. Si se iba la luz y estabas cenando, posiblemente alguien tomaría por error tu taza de atole caliente de zanahoria. La llegada de la oscuridad era el momento de la despedida de las visitas. Con la oscuridad acababan los juegos, había que lavarse los dientes e ir a la cama. Le llamaba la atención a Totopo que la oscuridad nunca estaba en la escuela. La escuela era luminosa y bonita, y en las canchas donde todo era patada y pasión, la oscuridad nunca se acercaba. Al menos eso le parecía a él. En las noches, Totopo no podía dormir. La oscuridad le daba miedo. Un raro escalofrío recorría su cuerpo y sus patitas afelpadas comenzaban a patear nerviosamente. Entonces se deslizaba, bajaba de la cama y corría a acurrucarse en la cama con sus papás, como si la tiniebla lo viniera persiguiendo.
En una noche oscura, en que el viento aullaba terriblemente, la luna resplandecía y parpadeaban las estrellas, esa noche Totopo no podía dormir. Estaba cansado porque había pasado todo el día estudiando y jugando en la escuela de superhéroes. Su mamá se sentó junto a la cabecera de su cama y le contó un cuento muy bonito que pronto lo hizo dormir. Mamá apagó la luz, dejando en la frente de Totopo un tierno besito bien cargado de amor. De repente, Totopo se despertó sobresaltado. Abrió sus ojitos y no vio a mamá por ningún lado. Sintió que la oscuridad lo estaba devorando y lo peor era que su mamá ni se daría cuenta. ¡Era a veces tan despistada! Quiso salir volando de su habitación, pero recordó que su capa mágica, con la que estaba aprendiendo a volar, se había quedado colgada en el armario y se sintió paralizado, incapaz de correr de su cama al armario y tomar de allí todo lo necesario para emprender la fuga. Tenía mucho miedo. De pronto le pareció que un ruido extraño se revolvía dentro del armario. Sintió más miedo. Y de repente, el armario se abrió. Salió volando su capa como si fuera un fantasma y se acercó a él. Para su sorpresa la capa comenzó a hablarle. «Totopo, ¿cómo estás? He tomado tu capa prestada para que pudieras verme». «¿Quién eres?, ¿de dónde me conoces?», respondió Totopo con voz entrecortada, «¿vienes del más allá?». Pero la voz que salía de debajo de la capa le respondió: «No, Totopo, soy la oscuridad. Lo que pasa es que últimamente me he sentido como muy... apagada». «Sí, así te ves», contestó Totopo, «¿puedo ayudarte en algo?». «Verás», respondió la capa, «muchos niños como tú tienen miedo de mí. Dicen que soy fea y que no quieren dormir conmigo. Que yo solo les arruino sus juegos y los obligo a ir temprano a la cama. Por eso me siento como muy como... ensombrecida. Quisiera que los pequeños entendieran que conmigo se puede hacer muchas cosas bellas. Se puede descansar a gusto, mirar la luna y las estrellas en el cielo, o ver brillar a las luciérnagas. Se puede contar cuentos y cantar canciones. Cuando el día termina, conmigo se puede pensar y recordar todas las cosas buenas que pasaron. Y sobre todo, conmigo se puede soñar con lo mejor que todavía está por suceder».
Queridas hijas, queridos hijos, el evangelio nos advierte que «Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera porque las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al hijo del hombre en una nube con gran poder y majestad».
Sin embargo, no es esa oscuridad la que hay que temer. Más bien hay que temer la oscuridad de los vicios, de la embriaguez, de las preocupaciones que entorpecen nuestra mente. Hemos de darnos prisa mientras tenemos la luz de la vida para que no nos sorprendan esas tinieblas de la noche y de la duda del alma. Dios sabe que ahora no podemos soportar la claridad de su luz. Por eso reviste con la nube del perdón al alma que se le acerca escondida en la vergüenza de su miserable tiniebla. Como sabio médico, mira la desnudez del alma, y la cubre de secreto. Esa nube de perdón en lo secreto nos cubre ahora, que somos incapaces de soportar la belleza y la majestad de su luz. Un día vendrá, en las nubes del cielo, con gran poder y majestad. Que nos despojemos de los vestidos de las tinieblas y nos revistamos de la nube de su perdón, perfumados con el aroma de la plegaria incesante, para que cuando venga de nuevo, no tengamos que esconder avergonzados nuestros corazones en la tenebrosa desnudez de la muerte eterna, sino que podamos permanecer de pie ante el Hijo del hombre.
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