Dominica II per annum
Normalmente la luz anuncia la llegada de las mejores cosas de nuestra vida. La luz anuncia un día feliz y lleno de sorpresas. La luz anuncia el inicio de los grandes espectáculos. Incluso la luz de la luna anuncia las mejores estaciones, las noches más bellas. Decimos que las mejores personas traen luz a nuestra vida. Pero la lluvia, la lluvia es al revés. Se anuncia con grandes nubarrones oscuros nublando el sol y convirtiendo un alegre día soleado en un melancólico atardecer.
Con oscuridad, pues, comenzó la temporada de lluvias en el bosque. Al inicio todos los animalitos del bosque se sentían felices por la bendición del agua. Algunos tenía rato que no se bañaban. Todo reverdecía. El musgo aterciopelado volvía a cubrir las piedras, los troncos de los árboles, alfombrando el camino de todos los habitantes del bosque. Sin embargo, luego de algunas semanas, la vida lluviosa comenzó a teñirse de monotonía. El gris de los días lluviosos no tenía matices ni variedad de tonalidades. Y las gotas de lluvia caían siempre de la misma manera, de arriba hacia abajo, derechas y ordenadas, una tras la otra. El terciopelo del musgo se había vuelto resbaloso. Y si salías a jugar, no sólo terminabas empapado y con frío, sino que podías caer y terminar cubierto de fango.
Para mitigar el fastidio de las lluvias, una tarantulita del bosque se puso a armar paraguas. Hizo muchos, de muchos tamaños y de muchos colores. Pero todos con la característica forma de una gran telaraña sostenida por un bastón. Dio uno gigantesco al oso. Otro más pequeño al chimpancé. Uno todavía más pequeño a la lechuza y el más pequeño fue para la abeja. Todos los animalitos del bosque se encontraban felices porque al fin tendrían algo con qué protegerse de la lluvia y seguir recorriendo el bosque en busca de aventuras.
Cuando la tarántula habría repartido ya todos los paraguas, recordó que había un animalito que se le había olvidado: el murciélago. Y no se le olvidó precisamente porque no fuera su amigo, sino por feo. Es que muchas veces los demás no nos rechazan por ser malas personas, sino por feos, pero ese es otro asunto que resolveremos en otro cuento. Aquí escuchamos pero no juzgamos.
Nuestro feo murcielaguito estaba conciliando sus primeras horas de sueño, cuando la tarantulita lo vino a buscar. La tarántula trepó, sosteniéndose con sus delicadas uñas, hasta llegar a donde dormía plácidamente nuestro murciélago. Con su brazo peludo y muy femenino lo tocó suavemente y lo despertó. «Hola, guapo. Espero que hayas descansado muy bien», dijo la tarántula. El murciélago bostezó ampliamente y casi no podía abrir los ojos. Entonces la tarántula le dijo: «Amigo, le venimos manejando lo que es el paraguas de novedad, paraguas de fantasía, con forma de la telaraña de moda, para esas lluvias torrenciales, para que no lo pague en el metro por veinte pesos. Mire, aquí le traigo, paraguas de calidad, paraguas de promoción. Para el oso, para el changuito, para el murcielaguito; para ese bonito regalo, para ese bonito obsequio». El murcielaguito simplemente miró de reojo a la tarántula, le extendió un billetito y le musitó: «Ahí deja el paraguas colgado, y no olvides cerrar la puerta, por fuera, plis». Se envolvió en sus alas, se giró para el otro lado y siguió durmiendo.
La tarántula se sintió peluseada. Por lo menos el billetito le hacía sentir que el murciélago malagradecido y desatento le había pagado su paraguas a como lo venden en el metro. Esa tarde la lluvia era incansable. Y al llegar la noche, cuando la tarántula se disponía a dormir. Revisó su teléfono. De pronto llegó un mensaje del murcielaguito: «Holi, bebé. Gracias por el paraguas. Diez de diez. Mira, llevaba varios días durmiendo con los pies mojados, pero gracias a tu paraguas, ahora puedo dormir con los pies sequecitos». Y seguían unos emojis de paraguas, gotas de lluvia y piecitos. La tarántula se sorprendió de cómo hay gente con tamaña labilidad emocional, pero lo que la sacó de onda era eso de los pies sequecitos. Es que todo mundo usar el paraguas para mantener la cara, la cabeza, los hombros secos. ¿Pero los pies?
Al otro día ya algo noche, la tarántula fue a visitar al murciélago. Quería saber cómo le iba con su nuevo paraguas y si estaba disfrutando de él. Para su sorpresa, cuando llegó encontró todo patas para arriba, y al murciélago también, colgado de la rama de un árbol, y con el paraguas protegiendo sus pies de la lluvia. «Espero no importunarte, dijo la tarántula, sé que ya es tarde y hay que descansar. Sólo pasaba para a ver cómo te va con tu paraguas, tiene garantía de un año». «No te preocupes, respondió el murciélago, he descansado muy bien todo el día y estoy listo para una noche llena de ocupaciones. No sabes, el paraguas me ha resuelto la vida. Apenas vi que allá abajo en el cielo se estaban formando nubarrones, lo abrí y me dispuse a dormir. Y como mis piecitos estuvieron sequecitos, dormí súper bien». A la tarántula de nuevo la sacó de onda eso de «allá abajo en el cielo», y nerviosamente decidió interrumpir su visita y regresar cuanto antes a contarle a los demás animales del bosque que el murciélago además de estar feo estaba bien loco. Y fueron todos juntos a comprobarlo. Así, en la noche llegaron a la guarida del murciélago y comenzaron a agobiarlo con preguntas. La jirafa preguntó: «¿Puedes decirme dónde tienen los árboles las ramas?» A lo que el murcielaguito respondió: «Abajo del tronco, claro». «Y para llegar a la cima de la montaña, ¿se sube o se baja?», preguntó la cabra. Y la respuesta le resultó inaudita: «Se baja, por supuesto». «Estás loco, replicó la cabra, toda mi vida he trepado en las montañas, sabiendo que si te resbalas te caes... para abajo, lógico». Y un lobo incrédulo le preguntó: «Y ¿la luna dónde está?». A lo que el murciélago respondió con cierta aburrición, «En el fondo del cielo, obvi». Como la cosa se ponía difícil, ya era noche y los animalitos del bosque tenían sueño, apareció el famoso conejito Totopo, el gran súper héroe que son su sagacidad puso fin a la discusión: «Dime una cosa, murcielaguito: ¿tu mamá antes de dormir te da un besito de las buenas noches, en la frente o en los pies?» A lo que el murcielaguito respondió: «Claro que en la frente, Totopo, ¡qué pregunta!» «¿Lo ven?, dijo Totopo, uno puede ver las cosas de muchas maneras, pero el amor siempre será lo mismo».
Queridas amigas, queridos amigos. Normalmente nosotros pensamos que las grandes personas que encontramos en la vida tienen un ciclo de esplendor que luego comienza a declinar hasta que se apaga. Es natural que las personas virtuosas en cualquier arte o ciencia, con el tiempo vengan a menos y tengan que aprender el duro arte de dejar y de perder. Muy pronto en la vida entendemos que nada es para siempre y que lo mejor de nosotros se acaba, y pues «todo mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente». La vida y el tiempo se llevan muchas de nuestras mejores cosas y sólo nos traen a cambio el vino corriente de los buenos recuerdos. Y así, bien o mal llevamos a término la fiesta de la vida.
Pero cuando Dios arma la fiesta, las cosas no son así. Dios nunca ofrece un vino corriente después del buen vino. Porque Dios suele hacer todo al revés. Dios nos mira al revés. Y mucho de lo que nosotros llamamos ascenso, mucho de lo que nos esforzamos por alcanzar, Dios ve que en realidad es nuestra caída. pues nos aleja de él. Con toda verdad San Benito nos instruye «que por la altivez se baja y por la humildad se sube». Y que «cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo». Para eso Dios se hizo hombre y murió, pues cuando creemos que todo se acaba y sentimos que nuestra historia se derrumba, ha llegado el momento de ascender y estrenar una excelsa morada eterna, en esa hora para la que él ha guardado el vino mejor. Pero no nos alarmemos tanto. El amor de Dios no cambia de lugar. Siempre estará allí, a la altura de sí mismo, en la pequeñez de nosotros. Que el beso del amor de Dios nos guíe a la felicidad de las bodas celestiales, al amor que no se muda, a la vida eterna.
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