O rex
gentium et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis utraque unum; veni,
salva hominem, quem de limo formasti.
«Que me bese con
los besos de su boca». Así comienza el más bello cántico de Salomón. Es el
grito sapientísimo del universo entero que anhela el beso de Dios. Si el mundo
por un instante dejara sus distracciones banales, sus deseos distorsionados,
sus amores imposibles, insensatos, resonaría solamente este canto: «Que me bese
con los besos de su boca».
Con razón la
Sabiduría eterna dice: «Yo salí de la boca del Altísimo». ¿Qué significa?
Fíjate bien, significa que el Padre se ama con Amor purísimo. Y porque se
conoce y se ama perfectamente, en su seno es concebido y engendrado el Verbo
eterno como la única Palabra del Padre, que está ante él eternamente. El Verbo
consustancial al Padre es entonces el beso con que eternamente el Padre
comunica su Amor. Permítanme decirlo con un ejemplo insensato: el Padre tiene
ante sí su Verbo como un ruiseñor tiene ante sí su propio canto. Aun cuando el
ruiseñor no canta, su canto está presente a él mismo, en lo íntimo de sí, y por
eso puede vestirlo de timbres y armonía cuando la primavera llega, sin
necesidad de aprenderlo o inventarlo de nuevo. De modo análogo, el Verbo eterno
de Dios está ante el Padre. Y aun cuando el Verbo eterno se manifiesta a los
hombres y les habla ya sea como Maestro interior, ya sea en las Escrituras, ya
sea como un hombre entre los hombres, este único Verbo que habla en eterno
silencio no se inmuta ni abandona el seno de la Majestad Omnipotente.
La Palabra eterna sale
de la boca del Altísimo, como un esposo de su tálamo nupcial. Por eso la
naturaleza humana aclama, suplica, gime, anhela: «Que me bese con los besos de
su boca». Porque en el beso mismo que sale de la boca de Dios, al tocar nuestra
tierra, toda la naturaleza humana es asumida, es llevada consigo por Dios
mismo. Por eso dice la amada en el Cantar: «¡Llévame pronto contigo, llévame,
oh Rey, a tus habitaciones! Lo llama rey porque es digno de un rey morir por su
pueblo. Y le dice: «Llévame pronto contigo», porque él es el camino que conduce
a Dios invisible. Y porque con la encarnación, Dios no fue llevado por la
naturaleza humana agrietada por las luchas y las discordias, como una antorcha
lleva el fuego; sino que toda la resquebrajada naturaleza humana fue llevada por
y a Dios. Dios cargó con nosotros. De mucho habría servido que el Hijo de Dios
tomara la carne de un pequeñito que tiembla y llora, y condujera al hombre a
encontrarse consigo mismo. Pero para Dios sería demasiado poco. El Hijo eterno
del Padre asumió la naturaleza humana para conducirnos a Dios. Por eso él fue
conducido a nuestra muerte. Porque nuestra naturaleza cambia, pasa, y Dios,
siempre más grande, la recorre como un caminito. El que es el Camino recorre
nuestras pisadas. Muere nuestra muerte para que vivamos su vida, como el sol
cuando recorre la superficie de la tierra y lo vemos morir detrás de los
montes, después de haber llenado de color, madurez y vida todas las cosas. Pero
no cambia ni se altera, del mismo modo como el canto del ruiseñor es siempre el
mismo, y el ruiseñor ama y conoce fielmente su canto cuando está en silencio y
cuando está cantando.
Así, pues, el
universo entero añora el toque del beso divino, la armonía del Ruiseñor eterno.
Por eso con razón la Iglesia en este día lo aclama: «O rex gentium et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis
utraque unum; veni, salva hominem, quem de limo formasti». Como la piedra
angular asocia en armonía perfecta a un muro principal otro que va en diferente
dirección, así el Deseado de los pueblos asocia a la naturaleza divina la
humilde naturaleza humana, como cuando tras haber reunido el barro, el soplo
divino se hizo vida del alma, que es vida del cuerpo y que lo unifica. En ese
instante en que la boca del Altísimo tocó nuestro barro formado, el beso divino
habitó en el corazón del hombre, como Maestro y guía interior, para que
conserváramos su presencia como el perfume del Amado. Y cuando el barro del
hombre comenzó a tener grietas, el beso divino no escapó, pero el corazón del
hombre dejó de escuchar el eco de su voz. Entonces el Verbo eterno quiso
vibrar, vestirse de armonías y de voces, porque el Ruiseñor es siempre fiel a su
canto.
Como cuando queremos
hacer una teja, mezclamos tierra y agua, y luego que el agua se va, queda firme
la teja, y siempre que el rocío la empapa desprende un aroma único, como si se
alegrara agradecida por el agua que le dio su origen, así nosotros, exhalemos
el buen olor de las virtudes de Cristo, Verbo eterno que un día sopló en
nuestra tierra y nos llamó a la vida, y en la cruz expiró sobre nuestro barro
para darnos su misma vida divina.
Que en este día,
como la Madre de Dios, cantemos un canto siempre nuevo. Que corramos con el
corazón dilatado hacia Dios, detrás de sus perfumes, y seamos para el Rey de
los pueblos una morada humilde, donde él habite, siempre más íntimo, como
íntima es la piedra angular, y como intimísimo es el soplo divino que habita en
el hombre. Que él nos conduzca a sus habitaciones, donde él, Piedra angular, es
el fundamento de todas las cosas, donde él es la armonía y el descanso que pone
en paz a Dios y a los hombres.