Ad
primam Missam. In nocte
Un edicto de César Augusto ordenaba un censo de todo el imperio. El tirano
contaba sus súbditos y los inscribía en su libro. Pero, dice San Efrén: «En los
días de ese rey, que inscribió a los hombres en su libro, el Señor bajó del
cielo para inscribir a los hombres en el libro de la vida. Él fue inscrito e
inscribió. Nos inscribió en el cielo y fue inscrito en la tierra».
Mira pues con atención el misterio. En el Cantar de los cantares está escrito:
«Salgan a contemplar, hijas de Sión, a Salomón, el rey, con la diadema con que
le coronó su madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón». Así,
pues, salgamos a contemplar al Consejero admirable, al Príncipe de la paz, a
nuestro Salomón. Pues el Dios poderoso entra en el mundo para que tú salgas de
la mundanería. A esto se refiere la Escritura cuando dice que María envolvió al
divino Niño «en pañales, y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para
ellos en la posada». Fíjate que llama posada al mundo, y Aquél, a quien el
cielo no puede contener, no encontró lugar para sí en lo mundano.
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Mira qué misterio. Dios con nosotros reposa en un pesebre en el día del
gozo de su corazón. Día tremendo, en que Dios tiembla de frío. En el día del
gozo de su corazón, Dios entra en el corazón del mundo, sin tomar nada mundano.
Ni siquiera recibió su humanidad de hombre alguno, pero «de su plenitud todos
hemos recibido gracia tras gracia». Que el impío no blasfeme más contra la
gracia. Mira bien, para que creas. Porque el hombre sin la gracia nada puede. Y
este niño, paja dorada del pesebre humilde, es el bastón de la oscura vejez del
mundo. Carga tú, buen Salomón, con el peso del mundo, porque el imperio reposa
en tus preciosos hombros, Dios poderoso.
Ay, dulce Niño, suma luz, qué cosas diré de ti. Si en mi mente no hay más
que tinieblas. Pero tú honras las tinieblas habitándolas. Tú resplandeces en medio
de nuestras noches. Y sin esta noche santísima, el mundo no tendría esperanza.
La humanidad entera descansa segura en esta noche, a la sombra de la vida,
porque esta noche iluminada es la promesa mutua de Dios con nosotros y de
nosotros en Dios. Gracias, Cristo, por tu nacimiento inefable. Gracias, Cristo,
por hacer de nuestra noche tu gran día, el día del gozo de tu corazón.
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