Feria VI in Parasceve
Al RP. Benito Verber OSB, con cariño y admiración
RP Domnus Evagrius OSB præparavit
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero me
pesa de todo corazón haber pecado, porque he merecido el infierno y perdido el
cielo. Y sobre todo porque te ofendí a ti, que eres bondad infinita, te amo con
todo el corazón y propongo con tu gracia no volver a pecar.
Primera estación
La agonía en el huerto
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque con
tu santa cruz redimiste al mundo
En el Cántico más
bello de Salomón está escrito: «¡Ya viene mi amado! ¡Ya escucho su voz! Viene
saltando sobre los montes, brincando sobre los collados. Mi amado es como un
venado: como un venado pequeño. ¡Aquí está ya, tras la puerta, asomándose a la
ventana, espiando a través de la reja!» Éstas son palabras de la Iglesia que
contempla a Cristo como un venadito. Lo llama «venado pequeño» porque «él no
cometió pecado ni hallaron engaño en su boca; cuando lo injuriaban no devolvía
los insultos, en su pasión no profirió amenazas». Como un venado pequeño que no
tiene cuernos para defenderse, así Cristo se entregó a su pasión. Vayamos,
pues, a buscar a Cristo que está a la puerta del amor, que se asoma por la
ventana de la esperanza, tras la reja de la fe. Para que así, puesto nuestro
corazón en pensamientos elevados, podamos saltar con él por los montes de la
Ley y los collados de los profetas. «No antepongamos nada a su amor, que Cristo
nada antepuso a nosotros».
Padrenuestro
Segunda estación
El Señor es condenado a muerte
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Así como los
riachuelos descienden de lo alto de los montes y corren suavemente, sin dar
marcha atrás ni un instante, siempre humildes y elegantes, así Cristo se
entregó al cumplimiento de la voluntad del Padre. Aceptó con amor el dolor y la
muerte. Porque así como el fuego nace para arder, el agua para refrescar, el
viento para destruir, así Cristo nació para la pasión. Nació para arder en el
amor, para refrescar la vida y para destruir la muerte. «Vayamos también
nosotros a morir con él», pues con toda verdad se dice de Cristo que «nació
hombre, murió como toro del sacrificio, se levantó de la tumba como un león y
se elevó a los cielos como un águila». Para eso vino al mundo.
Padrenuestro
Tercera estación
El Señor lleva la cruz a cuestas
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
En el mundo de
las orquídeas, existe una misteriosa planta cuya flor asemeja a un insecto
igualmente misterioso. Se trata de una orquídea exótica con flores de formas
rosadas que simulan una mantis religiosa. La mantis, a su vez, con la forma de
sus patas de suave color rosa se asemeja perfectamente a la flor. Y es tan
perfecto el disfraz que a veces los mantis machos confunden la flor con su
hembra, y al abrazarla la polinizan, haciéndola fecunda. Me pregunto ¿cómo pudo
la mantis disfrazarse de flor si en ello se esconde una trampa? O ¿cómo pudo la
flor disfrazarse de insecto, si no puede verlo? Algo así sucede en el misterio
de la cruz. Cristo, al abrazar el árbol de la cruz, hizo fecunda la maldición
de la muerte. Y la cruz, al acoger en sus brazos al fruto de la vida, quedó
para siempre revestida de vida nueva. ¡Oh admirable prodigio! El fruto de la
vida carga su árbol. La ciega muerte se reviste de la luz de la vida, y la vida
se entrega por amor en la trampa de la muerte. ¡Salve, Cruz, esperanza única!
Padrenuestro
Cuarta estación
El Señor cae por primera vez bajo el peso de la
cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
En una ocasión,
San Anselmo, el Doctor Magnífico, iba de camino a su monasterio, rodeado de su
séquito. De repente los perros de su caballería se lanzaron tras una liebre que
estaba escondida entre los pastos del camino. La liebre, aturdida por los
ladridos de los perros, buscó refugio entre las patas del caballo del Abad
Anselmo. Éste, sorprendido, bajó de su caballo, tomó la liebre entre sus brazos
y exhortó a los suyos a mirar la liebre y pensar que en el umbral de la muerte
nuestra alma angustiada buscará socorro. Y sólo encontrará clemencia si se
coloca humildemente en los brazos del Juez. Fíjate bien y no te distraigas. El
Señor Jesús, al entrar en el mundo, descendió de su divinidad y tomó la
condición de esclavo. Se abajó hasta caer por tierra para que nosotros, que
somos polvo y ceniza, podamos acercarnos a su clemencia y recibamos el don de
la verdadera libertad. Él que «tomó sobre sí nuestros pecados y cargó con
nuestras rebeldías», cayó por tierra, sumergiéndose en nuestra muerte, para que
nosotros podamos levantarnos del pecado y adentrarnos en su vida divina. Con
razón un Maestro dice: «El cielo se humilla, desciende y se convierte en
tierra. ¿Cuándo se levantará la tierra y se convertirá en cielo?»
Padrenuestro
Quinta estación
El Señor encuentra a su Madre dolorosa
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Dice la Escritura
que cuando Dios restituyó a Job, después de muchos sufrimientos, todo lo que
había perdido, le concedió siete hijos y tres hijas. Una se llamó Palomita, la
otra Casia, y la tercera, Cuerno de perfumes. «No hubo en todo el país mujeres
más bellas que las hijas de Job». Ahora bien, el verdadero Job es Cristo, que
en medio de tantos sufrimientos encontró alivio y consuelo en su Madre
Santísima. Fíjate bien. Los siete hijos de Job representan la multitud de
creyentes, frutos de los sufrimientos de Cristo. Las tres hijas, en cambio,
representan a la Virgen Madre de Dios. Ella se llama Palomita, porque es
pequeña y sencilla. Se llama también Casia, porque en el Antiguo Testamento,
casia era uno de los ingredientes exquisitos con que se perfumaba el óleo para
ungir la Tienda del Encuentro, al sumo sacerdote, y a sus hijos. Y Cristo,
nuestra verdadera Tienda del Encuentro, nuestro sumo sacerdote, tomó la sangre
virginal de María para formarse un cuerpo como el nuestro y ungir a un pueblo
de sacerdotes. Casia es también un ingrediente del incienso que se quema en el
templo. Y Cristo, verdadero templo del Dios vivo, consumió su vida en
sacrificio de suave fragancia. Por eso Casia, la sangre purísima de la Madre de
Dios es uno de los ingredientes más preciosos de la unción de Cristo, de su
sangre derramada. Y ella. La Madre de Dios, se llama también Cuerno de los
perfumes, porque ella, que «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su
corazón», es el relicario del perfume de las bodas, de los divinos misterios.
Dios te salve María
Sexta estación
Simón de Cirene ayuda al Señor a cargar la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Las sagradas
manos de una Virgen amortajaron el cuerpo de Dios con pañales. Las manos
sagradas del virginal San José cargaron el cuerpecito de Dios. Manos santas
recibieron la santidad de Dios hecha carne. Pero el hijo de Dios hecho hombre
abrió sus manos y recibió de nosotros el dolor de la cruz y su ignominia. Por
eso, quien por amor carga la cruz está a un paso del cielo, casi toca a Dios,
casi carga con Dios. Un Maestro enseña que «el amor nunca está solo; el que con
él se casa, encarna el coro de todas las vírgenes». Y en verdad el amor nunca
está solo. Quien por amor carga la cruz reúne en la comunión de un solo corazón
a todos los corazones virginales que verán a Dios. Y quien toma la cruz con
pobreza de espíritu, la recibe como herencia, es su tierra prometida y virginal,
donde el corazón se planta y echa raíces.
Padrenuestro
Séptima estación
Verónica enjuga el rostro de Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Sabemos que los
venados cambian de cuernos cada año. Y cuando comienzan a echar cornamenta
nueva, sus tiernos cuernos brotan cubiertos de una suave borra, delicada como
el terciopelo. Después de algunos meses, los venados tallan sus cuernos entre
los matorrales y la borra se desprende, quedándose atorada en las ramas de los
arbustos. Entonces vienen otros animalitos, trepan a los arbustos y se deleitan
comiendo este manjar muy nutritivo. El Señor Jesús, antes de entregar su vida
en el árbol de la cruz, quiso dejar la suave huella de su paso en los
matorrales que son nuestras pequeñas cruces de cada día. Por eso dejó impreso
su rostro verdadero en el lienzo de Verónica, para que podamos ver el rostro
del amor en nuestras vidas y podamos nutrir nuestras almas con la suavidad de
su benignidad.
Padrenuestro
Octava estación
El Señor cae por segunda vez bajo el peso de la
cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
En una ocasión,
una monja le habló a la pequeña Teresa del Niño Jesús acerca de una prueba
insuperable por la que estaba atravesando su alma. Le dijo: «Esta vez me temo
que no puedo más. No puedo ponerme por encima de la situación». A lo que Teresa
respondió: «¿Y quién dijo que siempre tengamos que estar por encima de la
situación? Si no puedes, pasa por debajo de la situación». Y le contó que
cuando era niña en una ocasión en casa de unos vecinos un caballo les impedía
pasar al jardín. Mientras los adultos buscaban otro acceso, una amiguita suya
no encontró nada más fácil que pasar por debajo del animal. Pasó primero ella y
luego le tendió la mano. Teresa la siguió sin tener siquiera que inclinarse mucho,
y así pasaron juntas al jardín. Por eso, concluyó Teresa, «No hay obstáculos
para los pequeños, ellos se deslizan por doquier». Cristo, al caer bajo el peso
de la cruz, nos abrió un camino para la lucha en las dificultades, basta ser
humildes, tomar su mano y pasar por debajo de la cruz.
Padrenuestro
Nona estación
El Señor consuela a las mujeres de Jerusalén que
lloran por él
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Cada año la
Iglesia llora la pasión de Cristo. Y así lo hará hasta el fin de los tiempos.
Porque en su hora, su pasión estuvo envuelta de burlas y carcajadas. Por eso la
Iglesia llora. Llora el mismo llanto de las santas mujeres que, en su hora,
fueron consoladas por Jesús. Llora la Iglesia porque el llanto es el lenguaje
con que los recién nacidos agradecen el amor que les dio la vida. Pero ni todas
las lágrimas de los redimidos de todos los tiempos bastarían para llorar un
amor tan grande como el dolor de Cristo.
Padrenuestro
Décima estación
El Señor cae por tercera vez bajo el peso de la
cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Un proverbio
medieval reza: «La gota perfora la piedra, no por la fuerza, sino cayendo
siempre». Este proverbio inculca la virtud de la perseverancia. Pero también
enseña que para penetrar en los divinos misterios no hay que usar la fuerza. Es
necesario caer suavemente, reposar en lo divino, una y otra vez. Entonces Dios,
que «resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes», abrirá sus
misterios ante nuestra mirada interior. Así, hemos de reposar sobre el pecho de
Cristo, sagrario en el que laten ocultos los divinos misterios. Si nuestros
corazones reposan sobre el pecho del Señor cuando el martillo de la cruz se
abate sobre nosotros, hallaremos un refugio en su corazón y la cruz será para
nosotros una carga ligera, pues su pecho es manso y humilde como el de un
cordero; fuerte y terrible, como el de un león.
Padrenuestro
Undécima estación
El Señor es despojado de sus vestiduras
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Noé tuvo tres
hijos, Sem, Cam y Jafet, que salieron del arca tiempo después del diluvio, y de su descendencia volvió a poblarse la
tierra. Dice la Escritura que «Noé comenzó a cultivar la tierra, y plantó una
viña. Un día Noé bebió vino y se emborrachó, y se quedó tirado y desnudo en
medio de su tienda de campaña. Cuando Cam, o sea el padre de Canaán, vio a su
padre desnudo, salió a contárselo a sus dos hermanos. Entonces Sem y Jafet
tomaron una capa, se la pusieron sobre sus propios hombros, y con ella
cubrieron a su padre. Para no verlo desnudo, se fueron caminando hacia atrás y
mirando a otro lado». Fíjate bien. La viña que Noé plantó prefigura a la
Iglesia, por cuya causa Cristo se entregó a la embriaguez de la pasión y al
sueño de la muerte: La tienda de campaña representa el firmamento que fue el
único vestido digno de Cristo cuando ofreció el supremo sacrificio de su amor.
Los tres hijos de Noé representan misteriosamente a toda la humanidad. Cam simboliza
a los incrédulos que se burlan del cuerpo de Cristo, presente en el hambriento,
en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el
encarcelado. Los otros dos hermanos, en cambio, representan a los benditos del
Padre que ponen el velo de la fe sobre el cuerpo desnudo de Cristo y lo miran
presente en los hermanos. A esta visión de la fe se refiere Melitón de Sardes
cuando dice: «Él es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos
otros: él es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de
Isaac, él anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona
de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero
pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los
profetas». Abramos los ojos de la fe y veamos a Cristo, presente en los
hermanos.
Padrenuestro
Duodécima estación
El Señor es clavado en la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
En una ocasión,
unos ancianos preguntaron a un sabio pagano cómo nacieron las orquídeas. Y el
sabio les contó que una vez una diosa bajó del cielo junto a un gran río en
oriente. Y comenzó a recorrer el mundo, contemplándolo. Y de las cosas que
halló más bellas hizo flores aún más bellas. Mientras se paseaba por la orilla
de un río, vio un tigre terrible que abría las fauces feroces. Y encantada por
la belleza dorada de su piel y la majestad tremenda de sus fauces, la diosa hizo
una flor que asemejaba a un tigre con las fauces abiertas. Vio luego un tropel
de toros que corrían en estampida, y, maravillada, hizo una guirnalda de flores
que asemejaron una manada de toros saltando. Pero la diosa notó que las abejas
no aman el olor de los toros porque no se bañan, entonces dio un delicado aroma
a su flor para que las abejas pudieran venir a gustar su perfume. Al atardecer,
la diosa vio un grupo de bailarines danzando y también hizo una fiesta de flores
de hermosas faldas y brazos en juego. Y cuando cayó la noche, vio una multitud
de mariposas revoloteando. Y enamorada de sus alas blancas de luna, hizo
también una magnífica flor.
Se acercaba el
tiempo en que la diosa debía partir y volver a su cielo. Pero antes de
marcharse, la diosa quiso ver por última vez sus flores. Con gran tristeza se
dio cuenta de que los hombres descuidados las habían pisoteado y arruinado.
Entonces comenzó a recogerlas una por una y a echarlas en su chal para
llevárselas consigo. Al fin llegó el día en que debía partir y la diosa comenzó
a ascender al cielo. Y mientras ascendía, se le cayó su zapatito que también
era una flor. Se inclinó entonces la diosa para ver dónde había caído su
zapato. Y mientras buscaba, con la mirada en la tierra, se dio cuenta de que
todo se veía muy triste sin la alegría de sus flores. Y mientras se elevaba se
compadeció del mundo, extendió su chal y arrojó de nuevo sus flores, que
quedaron atoradas sobre las ramas de los árboles. Por eso las orquídeas viven y
florecen en las ramas de los árboles. Entonces prometió la diosa que a quienes
cuidaran de sus flores les concedería la virtud de la paciencia y de la
perseverancia, y les enseñaría la prudencia para proteger lo débil y adherirse
a lo fuerte.
Fíjate bien,
Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, vino a este mundo para hacer nuevas
todas las cosas; las revistió de nueva belleza, la belleza de la gracia, y las
perfumó con el aroma del mérito. Pero antes de salir de este mundo para ir al
Padre quiso dejar todas las cosas cumplidas en el árbol de la cruz. Allí puso
al hombre. Lo elevó para que nunca más sea pisoteado por el hombre ni el pecado
lo marchite. Allí, en el árbol de la cruz, está nuestra vida, nuestra esperanza
y nuestra resurrección.
Padrenuestro
Decimotercera estación
El Señor muere en la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Sabemos bien que
los olivos dan las mejores y más abundantes cosechas sólo después de treinta
años de vida. Entonces sus ramas se pueblan de hermosas aceitunas que se columpian
alegres acariciadas por el sol. Los antiguos sacudían los árboles cuando las
aceitunas estaban maduras y las que no caían las bajaban golpeándolas con
palos. El Señor Jesús, transcurridos treinta años, el tiempo perfecto según el
cuerpo, como olivo frondoso entró en el huerto de Getsemaní, que significa
prensa de aceite. Allí comenzó a derramar el óleo de su sangre, y en el
Calvario lo derramó todo. Dice la Escritura que los judíos, «como era el día de
la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, porque
aquel sábado era muy solemne, le rogaron a Pilato que les quebraran las piernas
y los retiraran». Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del
primero y del otro crucificado para poner fin a la agonía. Pero al llegar a
Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Cristo entregó
voluntariamente su vida entera, madurada al calor de su amor y de su gracia. No
fue necesario golpearlo con un garrote para que se rindiera y entregara sus
frutos. Al contrario, con la lanza se manifestó la sobreabundancia del vino
nuevo y del agua viva del reino. Con toda verdad un Maestro dice: «La sangre
que mana de las heridas de Nuestro Señor es el rocío de su amor que vierte
sobre nosotros. Si quieres ser rociado y florecer sin marchitarte, nunca, ni
una sola vez, has de alejarte de su cruz».
Padrenuestro
Decimocuarta estación
El Señor es bajado de la cruz y colocado en el
sepulcro
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…
Poco antes de su
entrada en Jerusalén, la ciudad santa, Jesús llegó a Betfagé, al Monte de los
Olivos, y allí «envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan a la aldea
que está enfrente. Allí encontrarán una burra que está atada, y un burrito con
ella. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, díganle que el
Señor los necesita y que enseguida los devolverá”. Esto sucedió para que se
cumpliera lo que dijo el profeta, cuando escribió: “Digan a la hija de Sión:
‘Mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de
una bestia de carga’». Fíjate bien. Cristo el Señor quiso entrar en Jerusalén
montado en una burra y en su cría para mostrar la humildad con que asumió
nuestra naturaleza humana, atada desde el pecado de nuestros primeros padres.
El Señor los tomó con la promesa de devolverlos enseguida, como asumió nuestra
naturaleza humana con la promesa fiel de devolverla resucitada.
Padrenuestro
Del Santo Evangelio según San Lucas
«Él les dijo:
"Qué insensatos y qué duros de corazón para creer todo lo que dijeron los
profetas. ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su
gloria?" Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les
explicó lo que a él se refería en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo
a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron
diciéndole: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado". Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a
la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció
de su lado. Se dijeron uno a otro: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón
dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?"»