sábado, 7 de abril de 2012

"Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem"


«Quisiera comenzar esta meditación con palabras bien conocidas de todos. Palabras que se repiten todos los años en los momentos culminantes de la liturgia de la Iglesia, cuando recordamos la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. “Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem”, canta la Iglesia el Jueves Santo. “Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem, mortem autem Crucis“, continúa el pensamiento—siguiendo a San Pablo—en el Viernes Santo. “Propter quod et Deus exaltavit illum et dedit illi Nomen quod est super omne nomen”: “Por lo cual Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,8-9). Y así concluye la Iglesia su himno al Salvador resucitado, en la vigilia pascual: “Scio enim quod Redemptor meus vivit”: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19,25).
Nunca olvidaré lo que experimenté cuando por primera vez oí estas palabras durante la solemne liturgia que se desarrollaba en la catedral real  de Wawel, en Cracovia. Siendo joven, acudí a la catedral el Miércoles Santo cuando comenzaba el primer canto de Maitines. Recuerdo a los seminaristas sentados en los bancos, a los canónigos capitulares en sus sitiales en el coro, y, cerca del altar mayor de la catedral, al arzobispo de Cracovia, el inolvidable cardenal Adán Esteban Sapieha. En el centro se encontraba el tenebrario con las velas, que eran apagadas sucesivamente a medida que se terminaba de cantar cada uno de los salmos. Y al final el canto: “Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem”. Tras un momento de silencio, el salmo Miserere (50) y la última oración recitada por el Arzobispo: “Respice, quæsumus, Domine, super hanc familiam tuam, pro qua Dominus noster Iesus Christus non dubitavit manibus tradi nocentium et crucis subire tormentum”. Después de lo cual todos salían en absoluto silencio.
Todavía hoy pienso a menudo en ello, porque aquella experiencia fue única, y no la he vuelto a vivir con la misma intensidad de entonces, ni siquiera en la misma catedral, durante celebraciones similares. Consistió fundamentalmente no sólo en el descubrimiento de la belleza y de la fascinación espiritual de la liturgia de la Semana Santa, sino sobre todo en el descubrimiento de esa dimensión absoluta que es el Misterio expresado en la liturgia y proclamado por ella como mensaje de perenne actualidad.
Después de las palabras de San Pablo sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte, todos permanecieron en profundo silencio, y yo sentí que en aquel instante callaban no sólo los hombres, sino también la catedral entera, aquella inmensa catedral en la que está concentrada la historia de mi nación.
Toda la humanidad, la Iglesia y el mundo, el pasado, el presente y el futuro, se unen en el silencio más profundo, lleno de adoración, ante el hecho de que “Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem”. Aquel silencio, en aquel lugar, es la actitud más adecuada del espíritu humano, su “palabra” más certera. El silencio ante el Misterio, en el que Dios por medio de su Hijo, obediente hasta la muerte, lleva a cabo la obra de la Justificación, introduce el misterio de la Redención en el misterio de la Creación. El misterio de la Creación encuentra así su complemento en la dimensión de la Verdad y de la Justicia divina».

SS. Juan Pablo II

1 comentario:

  1. O divinas palabras que sólo pueden venir del espíritu quebrando ante la presencia celestial.

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