En el primer centenario de la Cantamisa del glorioso Mártir San David Uribe
«Había prisa. El tres de marzo llegaba David a su pueblo natal, Buenavista de Cuéllar. Llegó a las nueve de la mañana y, maleta en mano, se dirigió a la casa paterna en las afueras de Buenavista.
«Había prisa. El tres de marzo llegaba David a su pueblo natal, Buenavista de Cuéllar. Llegó a las nueve de la mañana y, maleta en mano, se dirigió a la casa paterna en las afueras de Buenavista.
Su madre, que se
encontraba en el patio de la casa, lo vio venir, pero no lo reconoció, pues no
lo esperaba. Eran días en los que su hijo debía estar en el Seminario, pues los
cursos habían iniciado apenas dos meses antes.
—“Allá viene un
catrín”, dijo su madre a sus familiares. Pero pronto su corazón de madre le
hizo exclamar: —“¡Es mi hijo!”
Gritó llena de
gozo y con un dejo de angustia. Gozo porque llegaba su ser querido; angustia,
porque temía que alguna enfermedad, algún problema, le hubiera hecho dejar el
Seminario. Estaba segura de que su hijo tenía vocación al sacerdocio. Las
madres de los sacerdotes parecen tener una especial vocación.
Había oído a su
esposo decir a David: “Hijo, tú sabes que los tiempos se están poniendo
difíciles para la Iglesia y que en algunos Estados hay verdadera persecución.
Se dice que también aquí habrá complicaciones y que perseguirán a los
sacerdotes hasta matarlos. Sería bueno que dejaras el Seminario y te dedicaras
a otra profesión”. Oyó también cómo su hijo, a quien faltaba poco para dar el
paso decisivo, respondía: “No, papá. Debo seguir en el Seminario. Si hay
persecución aquí y me quitan la vida, para mí sería una dicha morir en defensa
de mi fe”.
Doña Victoriana,
llorando de emoción, abrazó a su hijo al tiempo que le preguntaba: —“¿Qué te
pasa, hijo? ¿Por qué te viniste?” —“¡Cómo! ¿No recibieron mi comunicación?”
—“Ninguna”. —“Pues que ya soy sacerdote y el doce de este mes debo celebrar mi
cantamisa”. Tarea fácil resulta imaginar la escena que siguió: abrazos,
felicitaciones, besos a esas manos recién ungidas.
Es muy justo
suponer que ese mismo día, por elemental cortesía, por respetuosa estimación, y
para programar la ceremonia, se entrevistaría con el señor cura del lugar. El
Padre Regino Moreno, que así se llamaba el párroco, desplegó su natural
entusiasmo pastoral para movilizar al pueblo que fue muy sensible al llamado de
su pastor, haciendo honor a su raigambre y abolengo cristianos.
Y ese doce de
marzo de 1913, a los bonavistenses les pareció que sus campanas estrenaban
sones. Oliendo a trapo nuevo, jubilosos acudieron a la Primera Misa Solemne de
un coterráneo».
Tomado del libro Beato P. David Uribe Velasco. Vida y martirio, escrito por el R.P. José Uribe Nieto.
Tomado del libro Beato P. David Uribe Velasco. Vida y martirio, escrito por el R.P. José Uribe Nieto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario