domingo, 6 de diciembre de 2015

«Parate viam Domini, rectas facite semitas eius»

Dominica II adventus

 

Hay hormigas que cortan hojas que les sirven de alimento y de sustrato para cultivar hongos con los que se nutren y nutren a sus pupas. Para ello, deben evitar a toda costa el cortar hojas que hagan daño al hongo de que se alimentan. Así, el trabajo de cortar hojas se vuelve sorprendente. Algunas hormigas marchan solitarias y con las antenas caídas en busca de alimento, y mientras exploran el terreno van dejando un rastro oloroso que luego servirá para recordar mejor el camino de regreso al hormiguero. Si la expedición tuvo éxito, otras hormigas seguirán el mismo sendero, frenéticas y presurosas en una loca carrera por llevar cuanto se requiera al nido.

Pero un camino de hormigas no es nada sencillo. Está lleno de sorpresas, tropiezos, choques. Las hormigas podrían hacer caminos muy anchos, para librarse de los problemas de tránsito, pero un camino cuanto más ancho sea es más difícil de mantener. En los lugares donde caen hojas, basura o escobas, un camino ancho es muy mala inversión. Y si es en el pasto, no hay que olvidar que el pasto siempre vuelve a crecer. Cuanto más ancho sea el camino, más se batalla cortando el pasto que crece de nuevo y dificulta la marcha de esas cargadoras exageradas. Por ello, el camino ha de ser angosto, estrecho.


Y no todas las hormigas son iguales. Por eso se requiere una suerte de organización desordenada. Es decir, las más pequeñas se quedan en casa, a cuidar hongos, las medianas se encargan de la defensa, las grandes cortan hojas y las grandulonas mantienen limpio el camino. Pero no todas las cortadoras son igual de fortachonas. Unas aguantan cargas mucho mayores que su propio tamaño, y otras son muy lentas en cargar un trocito pequeño. Estas diferencias provocan choques constantes y roces que sirven para reforzar el olor del camino, pues aunque las hormigas pueden recordar el paisaje que han visto, cuando van cargadas no miran tanto el paisaje como la carga y por eso requieren guiarse por el olor. Pues bien, un camino sin choques no tendría aroma de camino. Y sin aroma tendrían que transportar sólo muy pequeñas cargas que no les impidan la visibilidad.

Las hormigas son muy limpias. Saben que si las hojas que almacenan se pudren, puede contaminarse todo su alimento. Por eso, si algo se echa a perder, las hormigas más viejas lo llevan a un basurero y lo mueven constantemente para facilitar la descomposición. Así las hormiguitas más pequeñas, las responsables de cultivar los hongos, no entrarán en contacto con la basura. Preparar el camino del Señor también significa tirar lo que nos hace daño, lo que nos envenena. Como las hormigas cortadoras ancianas que amontonan todo lo que contamina su alimento, y luego remueven todo para que se descomponga, así nosotros hemos de abajar las montañas de odio, de rencor, de envidia, de vicio y de todo pecado.

Pues bien, el Señor nos manda prepararle un camino, hacer rectos sus senderos. Pero al prepararle el camino al Señor, no hagamos un camino ancho, porque estrecha es la puerta que conduce a la vida. Más bien caminemos por el camino estrecho de la piedad y de la devoción.

Queridos amigos, queridas amigas: hay un misterio más en las hormigas. La reina suele llevar en su boca pequeños pedacitos de hojas que también sirven de sustrato al hongo del que se nutren todas. Así lleva su propio cultivo en la boca, como Cristo nuestro Maestro que tiene en su boca palabras de vida eterna. Preguntemos pues a Cristo: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Y él nos responderá «Vayan a los caminos y a todos los que encuentren convóquenlos al banquete de mi Reino».

La Escritura dice que cuando los Magos fueron a buscar a Jesús, al gran rey que había nacido en Belén, lo hicieron porque vieron su estrella en Oriente y fueron a adorarlo. Lo buscaron en Jerusalén, y preguntaron por él diciendo «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?» Luego vieron de nuevo la estrella y se alegraron mucho. Los pastores, en cambio, los humildes pastores, recibieron el anuncio de un ángel y oyeron la milicia angelical cantar la gloria de Dios. Con todo, ningún ángel los guió hasta el Niño. Seguramente en su camino no miraban al cielo, sino que preguntaron de puerta en puerta, de ventana en ventana por el prodigioso Niño. El ángel les habló de un salvador que había nacido, pero no les dio más signo que una madre envolviendo en pañales al pequeño. Eso en realidad no es un signo de nada, todas las mamás envuelven a los niños en pañales. Los pastores, pues, no buscaron el signo del Niño en el cielo, sino en los rostros de todos aquellos con quienes chocaron y tropezaron en el camino, encontrándose unos con otros. Pues bien, los pastores, como hormigas buscaron entre la paja el alimento que sostiene la vida. Todos tenemos en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestros talleres alguien que choca con nosotros, alguien que nos calumnia para explicar su propio malestar interior, alguien que no comprendemos o que no nos comprende, alguien que a pesar de ser fuerte carga con muy poco o alguien muy débil que quiere cargar con todo. Todos esos choques hacen lento el tránsito por el camino que hemos preparado al Señor, pero le dan un olor inconfundible, el olor de la compasión y de la misericordia, el olor de camino.

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