In Nativitate Domini
Prima Missa ad nocte
Esta noche el llanto de un niño
estremece la tierra. Las entrañas de la tierra se resquebrajan. Porque un niño
llora y su llanto las despierta. Ese llanto llega a la tumba de Adán, el lejano
padre del linaje humano. La tumba se quebranta y el alma del antiguo padre se
agita inquieta. Adán sabe de llantos porque fue el primero que lloró. Y sin
embargo, el llanto que escucha es nuevo y hace temblar su alma. Ese llanto es
música del cielo. Desde la región de los muertos Adán escucha al Niño que ha
nacido.
Las pequeñas manos del Niño apenas
si aferran los dedos de José, el carpintero. Son manos en que aún no cabe el
clavo de la crueldad humana, pero cabe ya en ellas todo el amor y la
misericordia de Dios. La Virgen incontaminada y prudente besa ahora con labios
puros el rostro que un día será besado por labios traidores. Y alimenta con su
vida al que un día nuestra maldad hará beber hiel y vinagre. Allí en Belén
llora el que morirá en la cruz. Llora el amor. Ese llanto es medicina para
nuestros siglos de dolores.
Y el Niño ríe, y su risa embriaga
los cielos, hace una efervescencia de estrellas, enciende el gozo de los
ángeles. Nunca la risa de uno de los hijos de Adán había alegrado tanto el
cielo como lo hace la risa de este Niño. Y Adán llora conmovido porque al fin
uno de sus hijos ríe con verdadera felicidad, con felicidad de cielo, con
felicidad divina. Llora porque le sonríe desde la cuna, con sonrisa de tierno
Niño, el que llorará por él en la cruz.
Esta noche santa es noche de llanto
y de risa, noche de dolor y de amor. Y todos los sueños y anhelos de los
hombres ya se cumplen porque Dios se ha dejado vencer por su amor hacia los
hijos de Adán. Dios había deseado tanto esta noche.

Excelente.
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