In Epiphania DNJC
Miró Dios nuestra tierra. Vio
cuanto había creado. Y no todo era bueno. Eligió un pesebre y hoy brilla el
pesebre. Brilla porque la Virgen Madre, la Virgen prudentísima, lo enciende
como lámpara con el aceite de la caridad. El pesebre tiene aceite virginal de
amor y arde porque en él reposa el gran fuego del cielo, el esposo que llega a
la mitad de la noche. Belén es un cielo, y el pesebre un astro que enamora la
mirada de Dios Padre. Dios, que siempre había recorrido las oscuras noches de
los hombres, buscando su corazón, hoy tiene una luminaria en la noche del mundo.
El pesebre es su estrella, su gran lámpara de bodas. Y unos Magos miran al
cielo. Y en su profunda negra noche descubren una estrella, reflejo pálido en
el cielo de la estrella que Dios mira en el suelo.
Dios, cuando hizo el mundo, había
puesto en su firmamento el sol y la luna para separar el día de la noche y para
que sirvieran de señal de las estaciones, días y años. Y luego hizo las
estrellas para que alumbraran sobre la tierra. Así separó la luz de las
tinieblas. También en la noche santa de su manifestación, Dios puso su sol ya
no en el cielo, sino sobre la tierra para separar una vez más la luz de
nuestras tinieblas. Porque nuestra tierra está entenebrecida de muerte. Muerte
que humedece nuestros caminos de sangres, llantos y sudores. Así mojándose, la
tierra se oscurece. Pero cuando Dios la baña de luz y de lluvia, todo
reverdece.
Pues bien, los Magos vieron surgir
la estrella del Niño y fueron de prisa a adorarlo. Pero al llegar a Jerusalén,
el brillo de una ciudad mundana les ocultó la estrella. Entonces el tirano
llamó en secreto a los Magos para que le hablaran de la estrella y los mandó a
Belén a buscar al Niño, como le habían indicado los sacerdotes y escribas que conocían bien las
profecías. Un gran pecado ensombreció el alma del tirano, pues sabiendo guiar a
los sabios hacia Dios, comenzó a destruir la vida de muchos infantes. Destruyó
sus vidas con la misma insensatez de quien quiere mudar las
estrellas, desviarlas de su trayectoria.
Y es que tal vez las estrellas
están en el cielo para mostrar que nuestras vidas son caminos de esperanza que
se ocultan de día y Dios las reenciende en la noche. Tal vez Dios puso en su
cielo millones de estrellas que nuestros ojos poco notan para recordarnos en
las noches que el cielo no nos olvida. Que cada hombre tiene una trayectoria en
el pensamiento de Dios, pues Dios no deja de pensarnos. Pero nosotros muchas
veces queremos detener la trayectoria que Dios ha fijado a los hombres, no
dejándoles nacer, arruinándoles la vida, impidiendo sus caminos, cegándoles el
paso, derribándolos con proyectiles de muerte.
Una estrella anunció fiestas nuevas,
estaciones, días, años. Una estrella anunció nuevo verdor en nuestra seca paja.
Esta estrella es el reflejo de Dios hecho hombre, de un Dios que llora, sangra,
suda en la tierra por salvar al hombre de sus dolores, maldades y fatigas. Abre
los ojos y mira, mira las estrellas del cielo.
Y no olvides que el fuego de la gracia Dios lo ha puesto hoy en el
suelo, para incendiar constelaciones de estrellas con los corazones de todos
los cristianos. Abre pues los ojos porque el fuego de Dios hoy camina contigo.
La estrella de Belén brilla hoy en el corazón de cada cristiano y se hace
camino hacia Dios. Síguela con nuevos ojos, con nueva esperanza.
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