Dominica XXIX per annum
La claridad del palacio era radiante. Gran majestad y belleza ennoblecían cualquier espacio en donde uno pusiera los ojos. Una hermosa arquitectura regía la presencia del gran palacio en el corazón del reino. El gran rey gobernaba con firmeza y arrogancia, y el pequeño príncipe se preparaba para llegar a ser también él un rey poderoso. El pequeño príncipe había nacido rodeado de esplendor, de lujos y comodidades. Su cuna había sido diseñada con tal gracia e ingenio que por las mañanas el príncipe podía ser acariciado por los rayos del mismísimo sol y por las noches era arrullado con una silenciosa coreografía de estrellas. Los jardines de sus juegos eran un mix & match de elegante tecnología y de fauna exótica: el príncipe podía recorrer los jardines en un rarísimo camello verde inteligente, con activación por voz de los sistemas integrados, o podía viajar en un sofisticado triciclo movido por energías renovables. Esta avanzadísima tecnología ya había conseguido niveles inéditos de eficiencia y rendimiento, favoreciendo la mejor interacción humano-vehículo, combinado todo esto con un mínimo impacto ambiental. Si hay algún ingeniero por aquí, por favor tome nota.
En el reino de nuestro príncipe todo era perfecto. Sólo que una noche el príncipe sintió una especie de derrumbe en su corazón. Esa noche, un oscuro deseo no lo dejaba dormir, a pesar de los delicados parpadeos con que lo arrullaban las estrellas. Finalmente se quedó dormido pero el deseo seguía allí. Y comenzó a soñar que era un terrible rey que regía grandes ejércitos. Que sus ejércitos iban a la guerra, saqueaban enormes ciudades, sembrando destrucción y enojo, y que sus soldados acarreaban grandes tesoros, cajas de juguetes arrebatados a otros niños. Que asaltaban escuelas para apoderarse de loncheras y lápices de colores. Y todo eso lo guardaba en un cobertizo de su palacio, dejando al mundo sin sueños, sin magia, sin ilusión, sin color.
De repente un gran terremoto comenzó a sacudir el palacio. El pequeño príncipe convertido ahora en un gran rey malo, no sabía cómo escapar, pues todo el palacio estaba invadido de juguetes y golosinas que sus soldados no cesaban de traerle como tributo de guerra. Todo se derrumbó. Dicen que cuando despertó el pequeño príncipe, estaba en el suelo con un enorme libro abierto como tienda de campaña encima de él. Con fatiga logró salir de debajo del libro. Se talló los ojos como para ver con mayor claridad y no lo podía creer. Estaba en una gran biblioteca, probablemente la biblioteca de la vida, allí donde cada historia, cada biografía, es un cuento. Y su cuento lleno de ambiciones, de arrogancia, de malos tratos y prepotencia, se había caído del librero por el peso de su maldad y ahora nuestro príncipe tenía la oportunidad de cambiar su historia. Es que en la biblioteca de la vida, los libros que se derrumban son una oportunidad para que sus personajes busquen un cuento mejor. Cuando lo comprendió, el pequeño príncipe intentó regresar a su cuento, pero sus propios soldados oprimidos, hartos de su maldad, le impidieron el paso. El pequeño príncipe oyó los pasos cansados y arrastrados de alguien que creyó que sería el bibliotecario y quiso esconderse a toda prisa. No sabía en qué historia meterse. ¿En una novela criminal? Ni pensarlo. Terminaría en la cárcel. ¿En un libro sobre la evolución? Menos. Dicen que la mayoría de los dinosaurios eran herbívoros, y a él no le gustaba ni el brócoli ni las espinacas. Oyó de nuevo los pasos del bibliotecario y sintió miedo por no estar en su propio cuento, así que se le ocurrió lo que a cualquiera se le hubiera ocurrido, esconderse en la Biblia. ¡Claro! Había oído que la Biblia, era un libro abierto, en el que se podía habitar sin temor a ser rechazado. Y entró en ella. Allí estaba Jesús, el Maestro, enseñando a sus discípulos: «Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos».
Todo le pareció muy claro al pequeño príncipe. Claro como los rayos del sol que bañaban su cuna cada mañana cuando era más pequeño. Pero no quiso comprender lo que el Maestro decía. Pensaba en su corazón: «Así somos todos. Decimos cosas muy bonitas, pero amamos más la belleza de nuestra ambición, el placer de oprimir a los demás, de pararnos encima de ellos, de ganar algo con sus pobres vidas». Y decidió pasar las páginas para ver en qué acababa la historia. Entró en una página del evangelio, casi al final, y lleno de temor contempló al Rey y Maestro, lavando los pies de sus amigos, lavando el corazón de sus hermanos, lavando con su sangre en la cruz la maldad y la ambición del mundo entero. El Maestro no sólo adornó con su palabra la grandeza de su última cena, la nobleza de su última oración en un humilde huerto de olivos, la dignidad de su pasión y de su cruz. Su enseñanza no era una historia vacía, una palabra salida de cualquier libro de la biblioteca de la vida. El Maestro había unido a su palabra su sufrimiento, su dolor hasta la muerte, y su servicio.
Con toda sabiduría enseña San Agustín que «también buscaban ciertamente la gloria aquellos discípulos que querían sentarse el uno a su derecha y el otro a su izquierda; miraban adónde querían llegar, pero no veían por dónde. El Señor los devolvió al camino para que llegasen con orden a la patria. La patria es alta, y el camino, humilde. La patria es la vida de Cristo, y el camino, la muerte de Cristo. La patria es la morada de Cristo, y el camino, la pasión de Cristo. El que rehúsa el camino ¿por qué busca la patria?»
Y yo te digo que si también tú quieres que el Señor te conceda sentarte a su derecha o a su izquierda en su gloria, has elegido ya la mejor parte. Pero no has elegido aún el camino, si piensas que llegarás a ella por la arrogancia y la opresión. Cambiemos pues nuestra historia y ascendamos a la patria, al reino de los cielos por el amor y el servicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario