domingo, 1 de junio de 2025

«Et factum est, dum benediceret illis, recessit ab eis et ferebatur in cælum».

Dominica in ascensione Domini

 

Todos sabemos que el conejito Totopo es un gran súper héroe. No tenemos el tiempo de contar sus grandes aventuras, pero baste decir que es tan valiente que cuando le sobra valentía se permite tener miedo. En fin. No siempre fue así. Hubo en tiempo, cuando era apenas un gazapo, en que tenía miedo de estar solo. Estaba muy a gusto cuando jugaba cerca de mamá y papá. Pero cuando los perdía de vista o ya no los escuchaba cerca, comenzaba a sentir angustia. Sus orejitas se ponían rígidas y salía a toda prisa a buscarlos, como si temiera ser abandonado y olvidado.

Una tarde estaba jugando fútbol con sus amigos, el partido era maravilloso y el equipo de Totopo, con él en la portería, iba ganado. Sus padres desde el palco saltaban de alegría cada vez que su equipo anotaba un gol. Pero cuando bajaron a comprar una torta como las que preparan los monjes, con su agua de coco-melón y una buena rebanada de pastel de zanahoria—pida su descuento en caja—, Totopo dejó de verlos en la tribuna y comenzó a sentir terror.

Ya no se concentraba en el juego. Se sentía solo en un inmenso campo, abandonado como portería sin guardameta, y en un abrir y cerrar de ojos se le vino el mundo encima. Cuando volvió en sí todavía sentía el balonazo en sus mejillas. Pero se tranquilizó al ver a sus padres junto a él, tratando de reanimarlo con agua de guayaba, fresa y menta.

Regresaron a casa, pero esa noche Totopo no quiso dormir solo. Pensaba que como todo había salido mal esta tarde, sus papás tenían suficientes motivos para abandonarlo a su suerte para siempre. Cabizbajo descubrió que su calcetín tenía un hilo suelto y eso le pareció muy mal. Un hilo perdido, solo, abandonado. Notó que la pijama de su papá también tenía un hilo suelto. Y entonces se le ocurrió una gran idea pero tenía que ser discreto. Fingió dormirse rápidamente, y papá, pensando que estaría cansado por haber tenido un mal día se dispuso también a dormir luego de darle a Totopo un besito en la frente. Cuando papá ya dormía profundamente, Totopo se levantó y amarró el hilo suelto de su calcetín con el hilo suelto de la pijama de su papá.

Todo iba muy bien, el plan era perfecto. El problema comenzó cuando Totopo despertó y sintió sed. Se levantó a tomar un vaso de agua de kiwi y limón, sin acordarse que estaba amarrado. Cuando volvió a la cama se dio cuenta que el hilo suelto de su calcetín había deshilado un buen pedazo de la pijama de su papá. Se le hizo divertido. Tomó el hilo y se lo puso como bigote y corrió al espejo para ver si se parecía a papá. Y pues ahora el hilo era más grande. Se lo puso como peluca de conejito renacentista. Y le dio mucha risa. Probó a tener barba, a convertirse en un monstruo peludo que infundía terror en el espejo, hasta que papá también apareció justamente en el espejo y con media pijama menos.

Como Totopo siempre buscaba soluciones, se le ocurrió dar vueltas alrededor de papá para rehacerle su pijama. Pero el resultado fue peor, parecía la momia del estambre. Era inútil. Tuvo que venir mamá y con sus agujas comenzó de nuevo a tejer la pijama de papá. Y, cuando llegó al nudo con el hilo del calcetín de Totopo, mamá lo cortó con sus tijeras. Y así se sintió aliviado.

Al día siguiente papá le enseñó a Totopo a jugar a las escondidas. Comprendió que se puede estar juntos y estar escondidos, y ése es un gran misterio de la vida y del amor. Aprendemos a estar solos cuando nuestros padres están ya escondidos en el corazón. Y aprendemos que Dios está con nosotros cuando su misterio más se esconde en lo más íntimo de nuestro interior.

Fíjate bien. El Señor Jesús pasó casi toda su vida terrena oculto entre nosotros. No alzó la voz ni se hizo notar. Desde niño vivió en secreto entregado a la oración y al trabajo. Luego se dio a conocer a los suyos. Pero en su rostro había muy pocos rasgos de su divinidad. El Verbo de Dios había ocultado en Jesús su eterna felicidad. En su risa y en sus lágrimas, en su fuerza y en su cansancio, en su sueño y en sus vigilias, en sus palabras y en su silencio, el Verbo de Dios escondió todo su amor ardiente. Y así pasó por uno de tantos. En la cruz, revestido de la más sincera desnudez, el amor de Cristo se ocultó en un manantial de sangre y agua, sumergiéndose en el profundo abismo de la muerte. Entonces la loza del sepulcro nos ocultó su cuerpo.

En este día santísimo, en que la Iglesia celebra la ascensión de Cristo, su entrada en el santuario del cielo, una nube nos oculta el gran misterio. En este día, la Iglesia se alegra porque ojos humanos, los ojos de Cristo, han visto a Dios cara a cara y la muerte no los cegará jamás. Manos humanas entran en el santuario de Dios invisible, las manos traspasadas de Cristo. El corazón humano de Cristo repica gozoso en el corazón intangible de Dios. El alma de Cristo arde de afecto en el seno de la beatitud trinitaria que es Dios. Y a nosotros una nube nos oculta el misterio del amigo que se marcha  llevando consigo la primicia de nuestra humanidad. 

Muchos adioses nos ocultan tu rostro, amigo del hombre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; muchos adioses te arrancan de nuestro lado, carne de nuestra carne, corazón del corazón, alma del alma. Vuelve ya, amigo del hombre. A ti te anhelan quienes conocen la grandeza y la gloria y quienes nada poseen. De ti tienen sed por igual los que beben de ti y los que ni te conocen. A ti te busca el corazón del hombre, a ti que huyes de quien llamas. Y puesto que el amor es siempre un gran secreto, tan secreto como el alma, tan secreto como el corazón, escóndete más para que más te amemos.

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