Hace algunos meses
conocimos a una familia. Una tarde estuvimos platicando y a un cierto punto la
mamá nos contó una anécdota de su hijo cuando era niño. El pequeño tenía un
bonito par de conejos. Jugó con ellos, los cuidó, los amó. Pero después de
algunos meses, la casa estaba llena de conejos. Los conejitos salían por
doquier. Y el niño los conocía a todos. Él fue el primero que los vio salir del
nido, dar sus primeros brincos, y modizquear por vez primera la fruta y las
verduras. Cuando eran más de veinte, la mamá temió que los conejos conquistaran
el mundo y propuso a su hijo deshacerse de algunos.
Esa idea no había
pasado siquiera por la mente del chiquillo. Pero ante la insistencia
amenazadora de sus papás y de la cocinera tuvo que hacer con sus crayolas un
letrero que decía: «Se venden conejos». Los papás le habían pedido que colocara
el letrero en la puerta de la casa, y así lo hizo: muy obediente puso el
letrero en la puerta de la casa… pero por dentro. ¿Por qué habría de vender sus
conejos a un extraño? El buen pastor entra y sale por la puerta. Es uno de
casa.
Obligado por sus
papás a poner el letrero fuera de la casa, el niño comenzó a recibir muchos
clientes. Pero la pregunta condicional era: «¿Y se puede saber para qué quiere
Usted un conejo?». Y si la respuesta tenía que ver con la cocina, el niño se
negaba a vender sus conejos. «El buen pastor da la vida por sus ovejas», no la
quita.
Si así están las
cosas, entonces ninguno de nosotros podría ser un buen pastor. ¿Qué haríamos
con tantas ovejas? ¿Cómo podríamos conocerlas, amarlas y cuidarlas a todas, así,
sin nada a cambio? Podríamos dar la vida por unas cuantas, pero ¿y las demás?
¿No será que, en fondo, nosotros somos ovejas y nos acompañamos unos a otros, pero
uno solo es el Pastor verdadero?
Veamos, en el
sacrificio santísimo de la cruz, Dios condujo a una muerte a su Hijo Único, al
Amado. Como un pastor, el Padre condujo al Hijo a la entrega suprema de su
vida. Y con este sacrificio nos abrió un camino, abrió la Puerta. En la cruz,
el Hijo Santísimo de Dios, el Cordero sin mancha ni defecto, fue traspasado,
herido por nuestros pecados. Entonces se manifestó como Puerta abierta.
Con razón, Cristo
dice de sí mismo: «Yo soy la puerta», y también: «Yo soy el camino». Porque
nadie va al Padre sino por el Hijo. Y nadie viene al Hijo si el Padre no lo
llama. Es decir, nadie puede llegar ante el Padre si no entra por la Puerta
santísima, que es Jesucristo, pero para pasar por la Puerta santísima hay que
escuchar la llamada del Padre que se dirige a nosotros a través de la Puerta.
La Escritura dice
que al sumergirse en la muerte, Jesús dio un fuerte grito y entregó el
Espíritu. El gemido amoroso, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del
Hijo, el amor increado con que el Padre ama al Hijo, atravesó la Puerta
Santísima que es Jesucristo y ungió con su soplo a nuestra humanidad mortal.
Este Espíritu divino se hizo entonces la vida de la Iglesia. «El buen Pastor da
la vida por sus ovejas».
El Cordero que se
dejó conducir por el Padre hasta la muerte es también el buen Pastor que conoce
a sus ovejas, conoce sus fatigas porque él mismo ha aprendido por el
sufrimiento a obedecer, ha atravesado las dificultades de dejarse guiar. Así,
es el primero de muchos hermanos, el Cordero que redimió a las ovejas y es el
Pastor que las llama por su nombre. Cristo es verdadero Cordero y verdadero
Pastor porque posee en sí la vida. Por su propia naturaleza puede entregarla y
volverla a tomar, porque vive desde la eternidad y es imagen perfectísima del
Padre, que nunca muere. Nosotros podemos entregar la vida, pero no podemos
volver a tomarla porque no existimos desde siempre. Hemos recibido la vida, y
la recuperamos sólo si Dios lo quiere.
Pero podemos donar
la vida. Cada uno que se entrega a su trabajo, a su servicio, que da su vida,
su tiempo, sus esfuerzos por conocer y amar a sus hijos, a su esposa, a su
esposo, a sus hermanos, imita en esto al buen Pastor. Cada uno que invierte sus
fatigas para que sea posible la vida, sigue así al Pastor Bueno. Que podamos correr
tras los pasos del Buen Pastor para que él nos conduzca por los senderos de la
vida.
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