San Juan dice en
su Evangelio que, seis días antes de su pascua, el Señor Jesús se fue a la casa
de Lázaro. Allí le ofrecieron una cena. Marta servía y Lázaro estaba a la mesa
con Jesús. Entonces María tomó un frasco de perfume de nardo para ungir los
pies de Jesús. Se trataba de un costoso perfume que los judíos llaman «de
confianza» porque se vende en pequeñas ampollas selladas y no se puede
verificar su calidad sino una vez abierto. Comprar uno de esos perfumes es un
negocio de alto riesgo.
María, la hermana
de Lázaro, la que amaba estar a los pies de Jesús, rompió la ampolla, ungió los
pies de Cristo y los enjugó con sus cabellos. Dice el evangelista que «la casa
se llenó con el olor del perfume». Uno de los discípulos se escandaliza del
precio de tan buena obra, pero Cristo le dice: «Déjala, porque esto es para el
día de mi sepultura». Tal vez la noble hermana de Lázaro no sabía muy bien lo
que hacía. Pero lo cierto es que amaba a Jesús. Y él, que lo sabía todo, guió
como buen pastor el amor de María. Ella puso en los pies de Jesús la unción de
la muerte, sin saber que esos pies, los pies «del mensajero que anuncia la
paz», bien pronto habrían de ser arrestados y clavados a una cruz. Ella amarró
a los pies del Verbo encarnado toda nuestra humanidad con los lazos de su
cabello. Y el perfume que estaba encerrado en la botellita invadió toda la
casa.
Fíjate bien, si
quieres entrar en el misterio: en el Cántico más bello de Salomón el amado dice
a su amada: «Tu melena es como un rebaño de cabras que ondula por el monte
Galaad». Llama rebaño de cabras a la melena de la amada porque las cabras son
animales destinados al sacrificio por el pecado. Además, las cabras ofrecidas
en holocausto son «suave aroma para el Señor». Así, los cabellos de María, la
hermana de Lázaro, representan a todos nosotros, atados a los pies del Señor
como rebaño destinado al sacrificio por nuestros pecados. Pero son tantos
nuestros pecados que el suave aroma de todos nuestros sacrificios no basta para
ocultar su mal olor. Nuestro bálsamo no basta para curar las heridas que nos
hacemos unos a otros.
Por eso, para
mostrar que Cristo habría de morir por todos nosotros, continúa el Cantar de
Salomón: «Tu melena es como púrpura, un rey entre tus trenzas está preso». Dice
«tu melena es como púrpura» para indicar que la sangre de Cristo ha ungido con
el buen olor de su virtud a todos los hombres. Y para manifestarnos la
divinidad de Aquel que se entregó en nuestra humanidad a la muerte dice: «Un
rey entre tus trenzas está preso». Es como si dijera: «Cristo, verdadero Dios,
está preso en tu mortalidad».
Dice san Juan en
su evangelio que «toda la casa se llenó con el olor del perfume». Es decir, al
romperse el frasco de perfume por la muerte de Cristo en la cruz, toda la
humanidad, que es su casa, se impregnó del buen olor del sacrificio redentor.
El buen olor de su sacrificio ungió su divinidad y nuestra humanidad. La muerte redentora cubrió de
púrpura al Rey de los ángeles. Y lo retuvo prisionero en nuestra muerte por
tres días. Pero al tercer día, el Señor se levantó de la muerte y volvió al
Padre, llevando amarrado a sus pies a su amado rebaño que su muerte había
perfumado.
Por eso, algunos
días después de su resurrección gloriosa se apareció enmedio de sus discípulos
que estaban a puerta cerrada y les dijo: «La paz esté con ustedes». El
mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia, dice a sus amigos: «Ya
reina tu Dios». Es como si dijera: «Tu rey, que estaba preso en la melena de tu
mortalidad ahora es libre, y tú eres libre con él».
Como un día lo
ungiste con el nardo de tu muerte, sin saberlo, ahora él te entrega el perfume
de su vida divina, su Espíritu Santo; él sopla en la casa, que es la Iglesia,
para perpetuar la obra de su misericordia y el perdón de los pecados. No
desprecies el don de su amor.
Recuerda las
palabras amables del Señor: «a vino nuevo, odres nuevos». Deja, pues tu obras
muertas, endurecidas y oscurecidas en el pecado y recibe en un corazón renovado
el vino nuevo del Reino, el Santo Espíritu de Dios, que trae la paz a toda la
Iglesia.
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