Aquel que es la Palabra habla sabiamente por toda la eternidad en el seno
de Dios; pero al entrar en el claustro virginal de María guardó silencio. Y al
nacer balbuceó el llanto y la risa de los hombres. El que existía coeterno con
el Padre ha entrado hoy en el curso de los días que pasan. La Palabra
sapientísima de Dios comenzó hoy a correr por los caminos de los hombres. Se
hizo hombre sin dejar de ser Dios. Asumió la opacidad de la carne aquel que es
la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Ha venido al
mundo como un niño pequeño y se nutre de una Madre Virgen. Y así al asumir al
hombre se hizo su medicina.
En este día santísimo el Pan de la vida tiene hambre. La Vida que es Luz
verdadera duerme, duerme el hacedor de todas las cosas, duerme el que es el
sueño de los justos, duerme el corazón del amor. Es forastero el que hizo salir
a Abraham de su tierra, y se cansa el que es el Camino. Pasa frío y calor la
columna que acompañó a los israelitas por el desierto, él que era nube durante
el día y fuego para las noches. Y tiene sed la roca que calmó el ansia de los
sedientos.
El Niño nació para instruir la razón de los doctores. Entró en su templo
para ocuparse de las cosas de su Padre. Enseñó a los creyentes a buscarle en la
angustia y sin descanso, y habló a los Maestros de la sabiduría del amor que
padece mucho.
El Niño más noble nació pobre. Con razón dice un Poeta: «Nuestro Señor, al
abrazar la pobreza ha elevado de tal modo al pobre en dignidad que no se le
hará jamás descender de su pedestal. Él le ha donado un antepasado, ¡y qué
antepasado!; un nombre ¡y qué nombre!». Nació pobre, y los ángeles cantaron un
himno de gloria a su pobreza, un canto de paz para las noches de los pobres,
porque Dios nació para ser pobre.
Este Niño se hizo hombre para juzgar el corazón humano. Y cuando le
llevaron una mujer sorprendida en adulterio no negó la Ley que el dedo de Dios
escribió en piedras. Pero él no quiso que hombres tan frágiles, tan debilitados
por el pecado, ejecutaran la sentencia de la Ley. La escribió de nuevo sobre el polvo porque el
dedo del hombre no puede escribir sobre piedra sin hacerse daño. En el polvo de
nuestra muerte el dedo de Dios escribió de nuevo su Ley. «Quien de ustedes esté
sin pecado, que arroje la primera piedra». Con
toda verdad dice San Agustín: «Quedaron sólo ellos dos: la miseria y la
misericordia».
Y nosotros delante del pesebre estamos a solas con Cristo, la misericordia
y la miseria, adorando su clemencia, porque el Niño nació para el perdón. Que
él escriba en corazones humildes su Ley nueva, la Ley de la Gracia y nos
convierta a su amor, pues con él todos hemos nacido para el amor.