miércoles, 12 de diciembre de 2012

Rosa mystica, ora pro nobis

In solemnitate BVM de Guadalupe, Mexici Regina et Americæ Imperatrix


Los Santos Padres han creído y enseñado que antes del pecado las rosas florecían sin espinas, pero después del pecado sus tallos se han erizado. De esta manera, las rosas anunciaron la redención, pues así como la rosa nace tierna y graciosa de las espinas sin tomar del tallo nada duro, nada cortante, así brotó María, suave de gracia, perfumada de Cristo, hermosa de amor. Como la rosa nace de la espina, así María nació de nuestra carne. Y como la rosa es la gloria de la espina, así María es la gloria y el remedio de nuestra carne.
La Augusta Madre de Dios se eleva perfumando los cielos entre las viejas espinas de nuestras maldades. Y su perfume es anuncio de redención. Es el buen olor de Cristo, la fragancia que reanima a los que ya desmayan, el ungüento que alivia la herida del pecado.
Como la rosa palidece cuando la acaricia la luz de la luna, así María fue blanquísima por su virginidad intachable. Y como la rosa brilla rubicunda cuando la toca el sol, así María fue encendida por la caridad cuando en el mediodía de su bendita vida el Sol de justicia habitó entre nosotros.
Con toda verdad un Maestro enseña que los santos son pequeñas flores que las tempestades del combate espiritual sacuden violentamente, y los vientos secos de la tentación agitan; pero María es una rosa mística florecida en primavera, cuando no hay tempestades devastadoras ni vientos resecos. Ella floreció en el tiempo de la paz, cuando Dios quiso poner en paz todas las cosas por el nacimiento de su Hijo en carne humana, por el nacimiento del Príncipe de la paz.
Por eso María no desgarró jamás corazón alguno, ni ofendió los ojos de nadie. Su castidad entró en los ojos de nuestra humanidad atrayéndolos al amor del cielo, a la belleza de lo santo. Y como las rosas más grandes inclinan el rosal entero, así María nos enseñó que la humildad es el peso de la más excelente grandeza.
Esta gloriosa Señora puso en nuestros corazones la Palabra divina, al Hijo que el Padre engendra de modo inefable. Por eso hoy brota de nuestros labios un poema bello: “Apparuerunt flores in terra nostra”. Pues hermosas flores han brotado en nuestra tierra cuando apareciste, Señora, entre nuestras espinas. Tu humilde aparición, Santa Madre de Dios, ha embriagado de alegría nuestras almas pecadoras, como se embriaga de alegría ante las suaves rosas la abeja que no puede abandonar su aguijón sin morir.
Junto con los pájaros, que con todos sus colores no pueden perfumar el cielo, nosotros llenamos el cielo de cantos y oraciones, pero ni la canción más bella, ni las palabras más sublimes igualan el perfume de tu virtud, perfume de unidad, perfume de caridad, perfume de amor. Llévanos contigo, Virgen hermosa. Corta nuestras espinas, como nosotros te cortamos rosas, y así, humildes y sencillos, preséntanos ante el Padre con el buen olor de Cristo, el buen olor que tú le diste el día de su nacimiento, el día del gozo de su Corazón.

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