Sabemos bien que, en tiempos de Noé, la maldad de los hombres subía de la tierra y llegó hasta el cielo. Entonces Dios envió un diluvio tremendo que hizo perecer a todos los que obraron el mal sobre la tierra. Pero como Dios no quiso dar muerte al justo con el pecador, mandó a Noé construirse un arca como refugio de salvación para él y su familia. Y dice la Escritura que en el arca Noé acomodó dos animales, macho y hembra de cada especie, para que pudieran salvarse.
Cuando el Verbo de Dios se hizo
hombre, vino al mundo como un nuevo Noé. Se construyó en María un arca
incorruptible que no conocería las funestas aguas del pecado. Jesucristo, el
justo, vino al mundo en la carne que tomó de María Virgen, y así se convirtió
en el primogénito de muchos hermanos, al hacerse uno de nosotros. En el arca
santa que es María, somos la familia de Cristo que él ha rescatado de las frías
aguas de la muerte y del pecado. Muchos animales entraron en el arca de Noé
simbolizando a los pecadores de toda especie que habrían de encontrar en la
Madre de Dios un refugio seguro.
Permítanme explicar estos misterios
con un ejemplo insensato. Es curioso, existe un bien conocido vino dulce que se
obtiene con la ayuda de un hongo misterioso conocido como podredumbre noble.
Fíjate bien, cuando los racimos recubren la vid y las uvas maduran, el hongo se
establece en sus cáscaras, absorbiéndoles una buena cantidad de agua y dejando
las uvas parcialmente deshidratadas. De
este modo, los aromas y azúcares de las uvas se concentran, y al exprimirlas se
obtiene un magnífico vino de delicado sabor a miel, duraznos y chabacanos.
Algo así sucede en el misterio que
hoy celebramos. El Verbo de Dios, al asumir nuestra carne de la sangre purísima
de María, no tomó la podredumbre del pecado, pues él mismo preservó de la
corrupción de las aguas del pecado a la humanidad que iba a asumir de la Virgen.
Como la uva de dulce jugo da cuerpo al buen vino, así la Virgen inmaculada dio
carne inmaculada a Dios. Y así el Verbo asumió nuestra débil carne mortal. Por
eso con toda verdad Cristo puede ser llamado podredumbre noble. Podredumbre
porque el Verbo se hizo carne, tomando para sí nuestra muerte; noble porque la
carne que él tomó es la carne mejor, el hombre mejor, el vino mejor, el más
dulce, medicina para nuestra corrupción. Inmaculada tenía que ser la Madre que
daría a Dios la carne y la sangre que nos salvan. Inmaculada la que haría del
noble Dios nuestro hermano.
Después del gran amor con que Dios
nos amó, no hubo otro amor más grande que el de María por su Hijo, pues jamás
hubo un corazón más puro. Ella no amó nada más que a Dios. Toda la dulzura de
su afecto no conoció la corrupción de ningún otro amor. Por eso tampoco hubo un
dolor más grande que el de la Virgen Madre: así de puro era su amor. Cristo fue
el hombre más amado y en él hemos conocido el amor. Él es el Hijo amado en
quien Dios se complace, y en su carne, que es nuestra carne, hemos conocido el
amor que Dios nos tiene. Él es el Hijo amadísimo de María y en el corazón de
María hemos conocido el amor con que podemos amar a Dios.
Y pues nosotros vivimos rodeados de
aguas de muerte y de pecado, Santa Madre de Dios, sé para nosotros un puerto
seguro, un arca de salvación, tú que eres refugio de pecadores. Enséñanos a amar
a Dios con corazones puros y haznos derramar contigo las dulces lágrimas por el
aroma del amor para preparar para Dios el vino mejor. Madre de la Divina
Gracia, ruega a Cristo por nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario