miércoles, 6 de enero de 2016

"Vidimus enim stellam eius in oriente et venimus adorare eum"

In Epiphania DNJC

Miró Dios nuestra tierra. Vio cuanto había creado. Y no todo era bueno. Eligió un pesebre y hoy brilla el pesebre. Brilla porque la Virgen Madre, la Virgen prudentísima, lo enciende como lámpara con el aceite de la caridad. El pesebre tiene aceite virginal de amor y arde porque en él reposa el gran fuego del cielo, el esposo que llega a la mitad de la noche. Belén es un cielo, y el pesebre un astro que enamora la mirada de Dios Padre. Dios, que siempre había recorrido las oscuras noches de los hombres, buscando su corazón, hoy tiene una luminaria en la noche del mundo. El pesebre es su estrella, su gran lámpara de bodas. Y unos Magos miran al cielo. Y en su profunda negra noche descubren una estrella, reflejo pálido en el cielo de la estrella que Dios mira en el suelo.
Dios, cuando hizo el mundo, había puesto en su firmamento el sol y la luna para separar el día de la noche y para que sirvieran de señal de las estaciones, días y años. Y luego hizo las estrellas para que alumbraran sobre la tierra. Así separó la luz de las tinieblas. También en la noche santa de su manifestación, Dios puso su sol ya no en el cielo, sino sobre la tierra para separar una vez más la luz de nuestras tinieblas. Porque nuestra tierra está entenebrecida de muerte. Muerte que humedece nuestros caminos de sangres, llantos y sudores. Así mojándose, la tierra se oscurece. Pero cuando Dios la baña de luz y de lluvia, todo reverdece.
Pues bien, los Magos vieron surgir la estrella del Niño y fueron de prisa a adorarlo. Pero al llegar a Jerusalén, el brillo de una ciudad mundana les ocultó la estrella. Entonces el tirano llamó en secreto a los Magos para que le hablaran de la estrella y los mandó a Belén a buscar al Niño, como le habían indicado  los sacerdotes y escribas que conocían bien las profecías. Un gran pecado ensombreció el alma del tirano, pues sabiendo guiar a los sabios hacia Dios, comenzó a destruir la vida de muchos infantes. Destruyó sus vidas con la misma insensatez de quien quiere mudar las estrellas, desviarlas de su trayectoria.
Y es que tal vez las estrellas están en el cielo para mostrar que nuestras vidas son caminos de esperanza que se ocultan de día y Dios las reenciende en la noche. Tal vez Dios puso en su cielo millones de estrellas que nuestros ojos poco notan para recordarnos en las noches que el cielo no nos olvida. Que cada hombre tiene una trayectoria en el pensamiento de Dios, pues Dios no deja de pensarnos. Pero nosotros muchas veces queremos detener la trayectoria que Dios ha fijado a los hombres, no dejándoles nacer, arruinándoles la vida, impidiendo sus caminos, cegándoles el paso, derribándolos con proyectiles de muerte.
Una estrella anunció fiestas nuevas, estaciones, días, años. Una estrella anunció nuevo verdor en nuestra seca paja. Esta estrella es el reflejo de Dios hecho hombre, de un Dios que llora, sangra, suda en la tierra por salvar al hombre de sus dolores, maldades y fatigas. Abre los ojos y mira, mira las estrellas del cielo.  Y no olvides que el fuego de la gracia Dios lo ha puesto hoy en el suelo, para incendiar constelaciones de estrellas con los corazones de todos los cristianos. Abre pues los ojos porque el fuego de Dios hoy camina contigo. La estrella de Belén brilla hoy en el corazón de cada cristiano y se hace camino hacia Dios. Síguela con nuevos ojos, con nueva esperanza.

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