domingo, 18 de septiembre de 2016

"Facite vobis amicos de mammona iniquitatis"


Dominica XXV per annum

En una ocasión, el Santo Padre Francisco dijo a propósito de la astucia cínica del administrador en la parábola que hemos escuchado: «La costumbre del soborno es una costumbre mundana y fuertemente pecaminosa. ¡Es una costumbre que no viene de Dios: Dios nos ha mandado llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Pero este administrador daba de comer a sus hijos pan sucio. Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, tal vez crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como alimento, porque su papá, llevando pan sucio a casa, había perdido la dignidad. Esto es un pecado grave. […] Es un pecado tan grave porque va contra la dignidad, aquella dignidad con la somos ungidos cuando trabajamos […] La corrupción es esto: no ganar el pan con dignidad». En esa ocasión dijo también el Papa: «Tal vez hoy nos hará bien rezar por tantos niños y jóvenes que reciben de sus padres pan sucio. También ellos tienen hambre. Tienen hambre de dignidad».

Las palabras del Santo Padre me trajeron entonces a la mente una fábula que aprendí de un poeta: una araña se encontró con un gusano de seda. Entonces comenzaron, como dos refinadas amigas a hablar de alta costura. La charla fue muy amena y comenzaba a dar paso a la amistad. Hasta que tocaron un tema muy delicado. El gusano de seda comenzó a hablar de su honestidad. Cada vez que se fabricaba una casa con un largo y fino hilo de seda, era porque estaba a punto de hacerse más pequeño. Y la última vez que salía del capullo, abandonaba la casa batiendo alas de libertad y moría de amor, ya sin comer, sin tomar nada del mundo, sin más preocupación que dejar nuevos hijos que siguieran su buen ejemplo. Los hombres, esos seres astutos e inteligentes apreciaron tanto tanta nobleza que con sus pequeñas casas de virtud se hicieron vestidos.
Bueno, la araña podía presumir maestría en el arte de hacer ruedas de hilos finísimos, formas que las mujeres más delicadas imitaban, reconociendo su belleza, para adornar sus casas. Pero en lo que casi no podía alegar nada era a favor de su moralidad. La araña era, digamos, como suele decir un amigo, «de moral distraída», y por lo mismo, sus telas no eran precisamente casas de virtud.
La araña no tenía la humildad de hacerse más pequeña cada que terminaba el tejido. Al contrario, si caía un moscardón gigante, la araña crecía y crecía… sobre todo de su barriguita, pues sus brazos de tejedora implacable se mantenían siempre muy delgaditos y muy en forma. A veces era tanto su peso, que la tela se reventaba y había que tejerla de nuevo. Pero eso no importaba. Su trabajo era una trampa de la que pocos salían vivos. No tenía mucho que decir en materia de moral. Así que se las ingenió para enredar a su amigo el gusano: «Sabes, amigo gusanito, me encanta cómo tejes y lo noble que eres; pero qué malicia tan grande te cargas… Yo como quiera, simplemente hago trampitas piadosas a los bichos inmundos de la sociedad de sabandijas. Pero tú, tú sí me la ganas».
El gusano sorprendido no sabía de qué le hablaba, pero no le parecía novedoso el comentario. Sabía que superaba en todo a la araña. «¿Te has fijado amigo cuántas buenas mujeres han caído seducidas por tus telas? Nada más ayer que me paseaba por una sedería donde no me dejan fácilmente entrar, vi a un hombre dejar sin comer a sus trabajadores por comprar tus telas para hacerse una camisa. No sí. Tú sí que sabes cómo. Y otro más, seducido por la frialdad de tus telas se le enfrió el corazón y el cerebro y se fue a buscar cobijo tras un vestido de seda que envolvía un corazón caluroso. Tú sí sabes. Por no hablar de aquellas personas que con tus hilos sedosos hacen sutiles telarañas que llaman encajes, muselinas, tules y velillos, mucho más peligrosas y engañadoras que las mías. Tú sí sabes, amigo». En fin, así pasó la araña un largo rato dando vueltas alrededor del gusano, apuntándole con su dedo y reprochándole su maldad desmesurada, hasta que, ya bien enredado, se lo comió.
Pero Dios que es bueno, vio al gusano que perecía y quiso que con su seda los novios vistieran de dignidad su amor, los niños embellecieran sus pasos, los piadosos adornaran la casa de Dios y los dolientes recubrieran con ella los cuerpos heridos por la muerte. Eso jamás se haría con telaraña porque es una tela que no tiene nada de amor. Dios no desprecia nada que se haga por virtud y verdadero amor. «Con el dinero, tan lleno de injusticias, háganse amigos que los reciban en el cielo».



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