domingo, 25 de marzo de 2018

"Et angariant praetereuntem quempiam Simonem Cyrenæum venientem de villa, patrem Alexandri et Rufi, ut tolleret crucem eius"

Dominica palmarum

Dice la Escritura que cuando Dios quiso manifestarse a su pueblo, se apareció a Moisés en el desierto. Moisés vio algo asombroso. Una zarza ardía sin consumirse. Y quiso acercarse para ver qué era eso. Cuando estuvo cerca, Dios le ordenó descalzarse pues estaba en tierra sagrada y allí le manifestó el ardor de su Nombre. El fuego divino reposó acariciando las espinas de una zarza. Pero los abrojos no pudieron sofocarlo. Y tampoco la gloria devoró la fragilidad de la zarza, porque en la trenzada violencia de sus espinas quiso anidar el amor.
Dice también la Escritura que en tiempos de Noé, cuando Dios quiso purificar el mundo, abrió las compuertas del cielo e hizo llover el diluvio. Noé se refugió en el arca, junto con todas las creaturas que Dios quiso preservar. Cuando llegó el tiempo en que el diluvio cesó, después de una cuaresma, Noé abrió una ventana y envió un cuervo, imagen de los contritos de corazón, que al no encontrar donde posarse volvió al corazón del arca. Entonces envió Noé una paloma, que representaba a los puros de corazón, y que tampoco halló donde posarse y volvió para que, apoyada en el brazo firme de Noé, pudiera entrar de nuevo en el arca. Siete días después, envió Noé de nuevo una paloma que luego volvió con una hoja de olivo en el pico, signo de la paz de Dios.
Voló el curso de los tiempos, hasta que un día un hombre volvía del campo, un cierto Simón de Cirene. Y es que el campo representa místicamente al mundo. Apareció cargando con Cristo la cruz de nuestra salvación. De él era imagen la paloma que habría de volar por los campos del tiempo y del mundo, y en él ahora volvía al arca santa, no ya con una hoja de olivo, sino trayendo consigo la vara maestra para construirle un nido al amor.
Una multitud con ramos de olivo y hojas de palmera trenzaron y trenzan hoy el nido del amor. Hoy el amado vuela del desierto para anidar con su amada en el santo paraíso de su pasión, desplegando para ella todas las riquezas de su amor. Entregándose al sueño de la muerte, el amado reposa como manojo de mirra en el corazón de la amada Iglesia, exhalando tesoros de gracia y misericordia.

Pues, con verdad una Maestra enseña que así como los pájaros cuando se enciende en ellos el celo del amor buscan una viga alta, y al encontrarla ponen en ella su nido rodeándose de débiles pajas, así hemos de subir al árbol santo de la cruz poniendo ante nuestros ojos la fragilidad de nuestros pecados. Y como manojito de mirra han de esconderse en nuestro pecho las amarguras de la pasión del amado y de su muerte perfumada de amor inmortal. Anidemos pues con Cristo en la zarza ardiente de su pasión y de su amor que no se consumirá jamás.

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