viernes, 19 de junio de 2020

Fac cor nostrum secundum cor tuum

In festo Sacratissimi Cordis Iesu

Una Maestra cuenta que hubo una vez, hace mucho tiempo, en un magnífico pueblito, una gran juguetería en la que un ancianito fabricaba hermosas muñequitas y elegantes soldaditos de madera. Todos los días chicos y chicas venían a jugar con ellos. Había un soldadito, el primero que fabricó el juguetero, que tenía un corazón musical, como el de aquellas cajitas que les das cuerda y producen música. Así que cuando los niños venían a jugar, lo primero que hacían era dar cuerda al soldadito del corazón musical y éste sonaba alegres marchas y tonadas que ponían a los demás soldaditos a hacer un gran desfile, mientras las muñequitas patinaban y bailaban graciosamente y los payasitos hacían piruetas y acrobacias. Todos eran así alegres y disfrutaban grandes tardes de jolgorio. Un día, sin que nadie supiera cómo, llegó a la juguetería un soldado que no tenía corazón. Escuchó la música y la fiesta y se sintió enojado y vacío. Así que una tarde de lluvia, en que no había niños en la juguetería, empujó al soldadito del corazón musical y éste cayó fuera de la vitrina hasta rodar fuera de la juguetería. La lluvia lo arrastró y pronto estaba lleno de fango, mientras la gente que corría a cobijarse de la lluvia lo pisoteaba, dejándolo muy maltrecho.
En la juguetería muy pronto cambiaron las cosas. Ya no había música ni bailes. En su lugar había gritos de guerra y explosiones de terribles combates. Y los niños jugaban a la guerra. Todo era muy triste. Un día, una niña caminaba cerca de la juguetería y de pronto vio entre los charcos de la calle algo que brillaba. Era el corazón musical del soldadito. Recogió el juguete pisoteado y maltrecho y todavía pudo apreciar en su carita raspada algo como una sonrisa. Fue corriendo a casa y al llegar pidió a su padre si podía arreglar el juguete que había encontrado. Su padre sonrió con ternura y dijo: «Está bien, tomará algo de tiempo pero lo puedo arreglar».  Lavó el juguete y lo pintó de nuevo. Lo más difícil sería arreglar el corazón. Había que remover la herrumbre, devolverle el brillo, y aceitarlo. Cuando hubo terminado, el padre sonrió complacido y dijo: «Muy bien, ahora sólo falta afinarlo de nuevo para que vuelva a sonar». Así que puso su oído en el corazón de la niña y comenzó a afinarlo al ritmo de su corazón. Y el soldadito volvió a sonar. Fue corriendo entonces la niña a la casa del juguetero, tocó con fuerza y le dijo: «Pronto, tengo algo que entregarle». Abrió su mochila y sacó al soldadito del corazón musical. El juguetero asombrado le dijo: «¿De dónde lo has sacado? Es el primer soldadito que fabriqué. Su corazón es mágico y tiene el poder de llevar armonía y felicidad al mundo entero».
Queridas amigas, queridos amigos, Dios creó nuestro corazón para que llenara de armonía al mundo entero. Y por la armonía dominara todo lo creado. Pero la envidia del diablo hizo que nuestro corazón cayera en el fango del pecado. Entonces surgieron guerras, divisiones y rencores entre nosotros. Nuestro corazón se fue ensuciando hasta ser incapaz de producir armonía y de encontrar la felicidad. Como la niña, Cristo nos condujo a la casa del Padre. La cruz fue el taller en que el Padre nos hizo de nuevo. Y a nuestros corazones desafinados por la desemejanza, los quiso afinar según el corazón de su Hijo, para que quienes aprendan de él a ser mansos y humildes de corazón puedan hacer resonar la música que trae descanso al mundo entero.
Por eso, por muy ruidoso que sea el mundo, Dios siempre hará sonar una nota de armonía si nuestro corazón es semejante al de su Hijo. Por muy oscuros que sean los tiempos, Cristo ha encendido una luz de amor en nuestros corazones. Dejemos pues brillar esa luz y resonar la armonía que devuelve la alegría al mundo. Fac cor nostrum secundum cor tuum.

1 comentario:

  1. Qué bellisímas palabras y sobre todo, que bellísimas fábulas para que los ninos comprendan el significado del amor de Dios a través de su hijo Jesús.

    No deje de compartirnos más de sus palabras que alientan los corazones de los que lo leen.

    Saludos,
    Ana Vázquez

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