Dominica
XIV per annum
Hace muchos años
conocí una Orden religiosa, cuyo nombre omitiremos por razones obvias. Había en
ella un fraile que solía decir que para ser un buen religioso se requería tener
lomo de burro, estómago de puerquito, y corazón de paloma. La idea ahora me
hace sonreír, pero en ese tiempo me parecía algo muy serio. Con los años he
tratado siempre de entender las comparaciones espirituales con ciertas
precisiones, observando de cerca la naturaleza de las cosas. De este bestiario
espiritual me gustaría arreglar un poco los trasplantes. Preferiría que el buen
cristiano, una buena cristiana, tuviera lomo de paloma y corazón de burro.
Bueno, es que en realidad las palomas son muy belicosas y enamoradizas de
corazón. En cambio, su espalda no carga nada, ni el peso ni los golpes de la
vida. Digamos que las palomas siempre viajan ligeras de equipaje.
Hace también
varios años conocí a un colombófilo que entrenaba palomas mensajeras. Y bueno,
cuando tenemos delante nuestro una bandada de mensajeras pues se nos ocurre que
podríamos mandar saludos a medio mundo con la facilidad con que se envían los
mensajes hoy. Pero las cosas no son así. Todo el arte de la comunicación con
palomas radica en que las palomas siempre vuelven al lugar donde han nacido o a
donde han establecido su nidal. Las palomas siempre regresan. Las que se
entrenan para mensajeras pueden recorrer muy grandes distancias a velocidades
de hasta setenta kilómetros por hora. Pero siempre con el afán de regresar.
Entonces, si quieres comunicarte con alguien, tienes que llevarle las palomas a
donde se encuentre y cuando ese alguien quiera mandarte un mensaje, simplemente
colocará el pequeño colombograma en la patita de la paloma y ella volverá
contigo.
A un cierto
punto de la vida nos damos cuenta que necesitamos muy poco para vivir, viajamos
más cómodos cuando vamos ligeros de equipaje, pero nos hace mucho bien volver. Volver
al corazón de Dios, a la fuente del amor. «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les
daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí que soy manso y
humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga
ligera».
Fíjate bien, los
burros suelen parecer animales solitarios. No se mueven en tropel como los
búfalos o en manada como las cebras. Más bien andan solitarios. Pero los asnos
tienen un gran corazón, manso y humilde. A veces pensamos que sus largas orejas
son del tamaño de su irracionalidad. Pero en realidad sus largas orejas tienen
la finalidad de escuchar a gran distancia los fuertes rebuznos de otros burros.
Así, aunque estén lejos, pueden escucharse. Y tal vez esa sea la mansedumbre
que cada cristiana, cada cristiano debe cuidar, la mansedumbre de un corazón
que sepa escuchar. Muchos de nuestros juicios apresurados vienen más de nuestra
carga que de nuestra escucha. Que Dios nos dé la ligereza de espíritu para
volar como palomas, llevando sólo el mensaje del evangelio hecho camino en
nuestras vidas. Que Dios nos dé un corazón manso que sepa escuchar para crecer
en comunión.
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