domingo, 2 de marzo de 2025

"Nonne ambo in foveam cadent?"

Dominica VIII per annum

 

Al escuchar la palabra evangélica, «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima de su maestro; todo aquel que esté bien instruido podrá ser como su maestro», recordaba una historia que suele contar una Maestra: El otoño estaba llegando a su fin, y el aire frío anunciaba que era tiempo de hibernar. Todos los animales del bosque diponían cálidas madrigueras y algunos estrenaban pelaje para la maravillosa aventura de dormir. La familia de los osos preparaba laboriosamente todo lo necesario para los meses siguientes: miel, nueces, frutas secas, y sobre todo almohadas y edredones exquisitos. Todos estaban estusiasmados con los siguientes meses de sueño como si se fueran a ir de vacaciones en crucero. Sólo el más pequeño de los oseznos se quejaba. Todavía no cumplía los seis meses y ya tenía que irse a dormir. Mamá le había explicado que eso de hibernar era una muy bonita costumbre familiar y que sus más ilustres antepasados la habían observado religiosamente. Sería una gran afrenta para la familia que alguien no cumpliera con tan bonita tradición. Pero el pequeño osezno no se sentía ni tantito cansado.  Su padre le explicó que no era tan difícil: «Sólo acuéstate, cierra los ojos y ya. Cinco o seis meses se pasan de volada, en un abrir y cerrar de ojos». El pequeño osito se puso su pijama, abrazó su osito de peluche, pensó en cosas bonitas, se acostó boca arriba, luego mejor de lado, se hizo bolita, se acostó boca abajo, se tapó los ojos con el brazo, se puso tapones en las orejas, fingió un bostezo, y nada. No podía conciliar el sueño. Se sentó sobre la cama, buscó sus pantuflas y fue a la cocina por algun bocadito de miel o de algo porque sentía un huequito en el estómago.


Estaba comiendo sus botanitas con un juguito de jitomate cuando de repente un lobo feroz se asomó por la ventana. El osezno saludó al lobo con mucha gentileza: «Buenas noches, señor lobo». Entonces el lobo le preguntó por qué estaba despierto todavía, y el pequeño oso le explicó que tenía insomnio, y no lograba conciliar el sueño». «Deberías contar ovejas, dijo el lobo, yo lo hago con mucha frecuencia. Al inicio se me hace agua la boca, pero después de cien me da sueño». Lo intentaron juntos, contaron ovejas y no habían llegado a más de veinte, cuando el lobo ya dormía profundamente. Posiblemente, también, porque no sabía contar hasta cien. Y el pequeño oso seguía despierto.

Iba ya a volver a su habitación, cuando oyó un golpeteo en la ventana. Era un ruiseñor, trovador nocturno, que pasaba por allí y le llamó la atención verlo todavía despierto. El pequeño oso le explicó que no podía dormir, y el ruiseñor le dijo: «Falta de confianza. Yo tengo todo lo necesario para hacerte dormir, sólo cierra los ojos y escucha mi canto». Al inicio el ruiseñor cantó canciones muy moviditas. Y poco a poco comenzó a bailar las calmadas; pero nada de que se durmiera el pequeño oso. Más bien el ruiseñor cansado esponjó sus plumas, escondió el pico en su espalda y se quedó profundamente dormido.

El osezno aburrido iba a morder una manzana, pero notó que un gusanito salía de ella. El gusanito le dijo: «¡Ey, osezno, lo he oído todo. Ya sé toda la verdad. Sé que no puedes dormir. Pero, no te preocupes yo también padezco de insomnio, y cuando no logro conciliar el sueño, le doy varias vueltas a la manzana y, finalmente, cansado, puedo dormir. Vamos, démosle unas vueltas a la manzana». Y eso hicieron. El gusanito con trabajo daba vueltas a la manzana, mientras que el osito corría alrededor de ella. Cuando el gusanito había dado dos vueltas, el oso llevaba más de veinte, y se sentía pleno de energía. El gusanito, agotado, volvió a meterse en el agujerito de la manzana y se quedó profundamente dormido. 

Una lechuza sabia golpeó entonces la ventana y le dijo al osito: «Veo en tus ojos que no tienes sueño. Mis años de experiencia me permiten ver en tu mirada que sigues despierto. Pero mira, te contaré un cuento, y mi sabiduría te ayudará a dormir en paz. El osito estaba tan emocionado, escuchando las historias de la lechuza, que poco a poco se hacían más lentas. Los grandes ojos de la lechuza comenzaron a convertirse en medias lunas hasta que la lechuza también se durmió. 

Un murciélago le propuso corregir la postura y dormir cabeza abajo. «Esa no la he intentado», dijo el osezno. Y ambos se colgaron cabeza abajo, pero fuera de un ligero mareo, el osito no sintió nada parecido al sueño. Es más, hizo algunas abdominales hasta incorporarse, dejando colgado a su amigo murciélago que ya se había dormido.

Y el pequeño oso seguía despierto. Viendo a todos dormir, comenzó a pensar que no estaría tan mal quedarse despierto mientras los demás dormían. Comenzó a planear juegos, excursiones. Pensaba pasar el invierno jugando con la nieve, recorriendo parques solitarios, conociendo osos polares. Tal vez emigraría a un país con el clima más agradable. Iría tal vez a Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera. Y mientras más grandes eran sus sueños, comenzó a sentir un poquitito de sueño, luego un poco más, se fue a su cama, y se quedó profundamente dormido.

Queridas amigas, queridos amigos. Toda nuestra vida hacemos miles de cosas para no caer en el misterio de la muerte. Muchos maestros nos pueden enseñar a soñar. Muchas guías nos puede indicar el camino que ellos mismos recorrieron para cumplir sus sueños. Pero tarde o temprano nuestros sueños se truncan y caemos en la fosa de la muerte. «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?»Sólo Cristo nos puede mostrar el camino a través del sueño de la muerte e ir más allá. Sólo él, que ha visto la vida que nos aguarda, puede enseñarnos a soñar más allá de la muerte.

Él nos recuerda que el sueño de la muerte, es como el sueño de un árbol que, cuando llega el tiempo, da frutos según su naturaleza. En nada nos conviene juzgar ahora la conducta de los hombres: «No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados». Son los frutos lo que evidencia la naturaleza de los hombres, más allá de nuestros juicios, que muchas veces son ofuscados por la sombra de las pasiones, de sentimientos llevados al extremo. El árbol bueno ha atravesado el invierno de la muerte e, impregnado de la savia vital del Espíritu Santo, da frutos de caridad, gozo, paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo. El árbol malo, en cambio, nutrido de su propio pecado, no da sino espinas y abrojos. Fructifiquemos con la dulzura del Espíritu Santo que Cristo nos ha donado en la cruz. Así haremos vida en nosotros lo que el Señor ha soñado para nosotros cuando se durmió en la cruz, donándonos la vida verdadera.

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