In Nativitate Domini
Ad tertiam Missam in die
Cuenta San Pascual Baylón que en
una ocasión leyó un escrito del bendito abad Teodoro. Allí se cuenta que el santo
abad, contemplando los misterios de la Navidad, vio a los demonios cerca de
Belén, congregados en un gran consejo. Y se decían unos a otros: «Gran
fiesta se hace en este lugar, ¿qué será?» Y otros decían: «Creo
que María de Nazaret ha dado a luz aquí y los ángeles se le acercan como si
fueran muchos familiares, y le dan consuelo». Opinaron otros: «¿Por
qué no nos entrometemos para saber quién es y qué será del niño que ha traído
al mundo?»
Y respondieron otros más: «No creo que sea alguien de bien porque
de Nazaret nunca ha salido ni un profeta ni nada bueno. No debemos temer nada
que venga de Nazaret».
Pero otros replicaron: «No
se confíen, porque cuando Dios quiere quebranta a los fuertes y derriba a los
poderosos, y a los pequeños y débiles los fortalece y levanta. Bien saben
ustedes que a nosotros, luego del pecado, nos arrojó de su gracia. Y en cambio
a los hijos de Adán, esas miserables criaturas modeladas de barro, quiere
darles una gloria mayor a la que nosotros perdimos. Por eso, a pesar de que
Nazaret sea un lugar de poco bien, algún hombre de bien podría salir de allí,
toda vez que María es una criatura muy santa y aborrece toda vanagloria. Bien
saben ustedes cuántas veces la hemos tentado y siempre quedamos vencidos y
avergonzados».
Entonces habló un demonio al que
Satanás había encargado de tentar ferozmente a María y dijo: «Dios
no acostumbra honrar por sus ángeles a personas pecadoras, lo sabemos. Sólo
honra así a las almas santas y perfectas. Y en Belén no hay ninguna así, más
que María. Tengan por cierto que algo muy santo se trae entre los brazos. A
juzgar por la honra que Dios le ha dado enviando un ejército celestial, sin
duda María ha dado a luz a un hijo como no ha habido otro igual. Miren cuánta
luz irradian los ángeles. Más nos vale huir de ella».
Pero otro demonio, lleno de cólera
estalló y dijo: «Basta, bestia inofensiva, nuestro oficio y propósito es pelear
contra Dios y contra su voluntad. Hagamos nuestro poderío para que nadie le
obedezca ni respete su voluntad». Todos los demonios estuvieron de
acuerdo y se presentaron ante Lucifer, el más terrible de los príncipes de los
demonios. Lucifer bufaba de rabia, de amargura y de odio, y así recibió a sus
demonios, diciéndoles: «Por cuanto he sabido, se ha cumplido ya el tiempo en que Dios
envía a su Hijo al mundo, nacido de una Mujer; y por las circunstancias que he
oído, este Niño nacido de María es el Salvador del mundo. Nada pueden mi odio
ni mis tentaciones contra él, pues se llama Dios fuerte; pero porque quiero
disgustar a Dios, desde ahora es ya mi enemigo, y mi furia no se aplacará contra
él. Toda su vida lo perseguiré y en la hora de su muerte conocerá mi poder».
Mientras tanto María escuchaba la
dulce melodía del corazón del Niño, acariciaba su sapientísima frente y besaba con ternura las pequeñas manos y
los pies del Salvador. Manos que un día, clavadas en la cruz, habrían de
arrancar al hombre de las garras del diablo. Pies que un día, clavados por la
maldad del diablo, habrían de llegar al corazón del hombre para conducirlo
sobre sus hombros al corazón de Dios. Con María, la preciosa Reina Madre de
Dios, adoremos a Dios hecho hombre, y con los ángeles fieles sirvámosle
obedientes y piadosos.
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