jueves, 25 de diciembre de 2014

Hic iacet in presepio, alleluia, qui regnat sine termino, alleluia alleluia


In Nativitate Domini
Ad primam Missam in nocte

Cuando Dios concluyó la obra de su creación, dio alimento al hombre y a su mujer: «Miren, a ustedes les doy todas las plantas de la tierra que producen semilla, y todos los árboles que dan fruto». Luego dio alimento también a los demás vivientes: «a los animales salvajes, a los que se arrastran por el suelo y a las aves, les doy la hierba como alimento». Así, todos los vivientes se nutrían sin causar dolor, sin hacer daño. Pero el hombre, engañado por el diablo, comió un fruto funesto que abrió una muy profunda herida en su alma, una llaga que poco a poco corroe su carne. La tierra comenzó a producir abrojos y espinas, y brotaron de ella hierbas venenosas. Y el hombre tuvo que trabajar la tierra para comer hierbas.
Desde entonces el hombre llora. Llora cuando nace y cuando muere, llora sus pérdidas y su abandono. Llora cuando la belleza lo hiere y cuando el pecado lo abruma. Llora el dolor de su carne. Y sus lágrimas reblandecen el barro reseco del que fue formado.
En esta noche, Dios reposa en un pesebre. Y el pesebre es su paraíso. Allí, sobre pajas secas reposa el «que da su alimento al ganado y a las crías del cuervo que graznan». Y el pequeño es tierra nueva bañada de lágrimas. Es tierra prometida que devuelve su bondad a las pajas secas y las hace germinar en viñedo y trigal. Sólo buen pan y buen vino brotan de la tierra nueva que es el Salvador.
Fíjate bien. Una Santa Doctora contempló a Dios en la majestad de su trono real, inmerso en la luz de una prodigiosa gloria. En su pecho tenía una masa fangosa de tierra negra, como del tamaño del corazón de un hombre y rodeado de piedras preciosas y de perlas: Es que en el corazón de Dios está su Hijo, tesoro de su divinidad, y esta noche el Hijo se ha vestido de barro. Y así, vestido de nuestro barro, reposa sereno en el corazón del Padre. Esta noche el corazón de Dios tiene forma humana. Y en el cielo los ángeles adoran la pequeña joya de barro que reina en el pecho del Padre.
Y nosotros en la tierra vemos un pesebre, patena en que se entrega todo el sabor del cielo, cáliz en que se guardan las lágrimas de Dios: Es que esta noche el Niño llora. Pero no llora como los niños cuando nacen, no llora el abandono, ni el frío, no llora su dolor. Llora de amor, y su llanto es la primer nota de su canto de victoria. Llora de gracia, aurora de la redención. Llora, y sus lágrimas anuncian su sangre, ungüento precioso que curará todas nuestras heridas, remedio eficaz de todos nuestros llantos.
Queridos amigos, el llanto de este Niño es el gozo del cielo y el consuelo de nuestros dolores. El llanto de este Niño devuelve la alegría a los que sufren. Unamos nuestros corazones al gozo del cielo y reposemos con Cristo en el corazón de Dios.

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