Feria VI in parasceve
La luna es eclipsada cuando la
tierra se interpone entre ella y el sol. Y tú, Virgen Madre, eres una luna llena, repleta de la gracia del sol. Toda
la sombra de la tierra, todo el dolor por la maldad humana se interpuso hoy
entre tus ojos y la radiante luz de la mirada de tu amado hijo. Hoy la luz nos abandona. Hoy se apaga la luz de tus ojos, Señora intachable. Hoy se ha marchado el
Pastor, Cordera hermosa e inmaculada, que diste al Cordero de Dios una túnica
sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Así mostraste a los
hombres, Sapientísima, que la carne que tejiste para tu hacedor la formaste con
el poder del Espíritu Santo que te cubrió con su sombra. Hoy la sombra de
nuestros pecados y de nuestras maldades te arrebata la luz que llenaba de
gloria esa túnica blanca, de una blancura que ningún hombre puede lograr sobre
la tierra.
El Pastor se duerme, Dulce Oveja. Muere el que tuvo hambre del hombre y tú
le diste su carne que es verdadera comida y su sangre que es verdadera bebida.
Desfallece el que tuvo sed de amor y bebió de tus ojos, que «son
palomas junto a corrientes de agua». Se marcha el eterno forastero que
acogiste en tu corazón y en tus entrañas virginales. Se despoja el que tú,
Oveja santa, vestiste de carne y caricias, el que cargó con nuestras
enfermedades, el que se encarceló en la celda de nuestras soledades y tú lo
fuiste a ver, cuando Dios era el menor de los humanos.
La dulce mirada del Dueño de toda vida se nubla misteriosamente ante tu
mirada. Ángeles suben y bajan en torno a la cruz. Sin dejar la gloria del cielo
suben porque Cristo se hunde en la muerte. Sin dejar de servir al Dios
verdadero bajan porque ya es adorado en la región de los muertos el que está
por encima de todo.
Virgen Madre de Dios, perdona, porque perdimos el Camino, traicionamos la Verdad y dimos muerte
al que es la Vida. Con toda verdad un Maestro enseña que tu regazo es una playa
que acogió los restos de nuestro naufragio.
El corazón de tu Amado se ha detenido, ese corazón que tanto amaste desde
el primer latido, y se queda a solas el amor de tu corazón, abandonado al frío
del mundo, como un polluelo arrojado del nido por una cruel tormenta. Su
corazón, música de tu alma, se detiene. Y con él se acaba el calor de tu casa.
Una lanza lo atraviesa sin causarle ya dolor. Pero a ti te atraviesa el alma. Y
mientras de su costado mana sangre y agua, tu corazón abre tesoros de
misterios, de amor y de compasión.
Ya no le hablas al oído, ahora está abierto su corazón. Y tus labios se
acercan a la herida del costado y susurran dolientes al corazón inerte con
secreta complicidad de madre que consuela: «Aquí está tu esclava, mi
Señor, que se cumpla en mí todo lo que tú has dicho. Todo está cumplido… en el
amor». Y pues tu corazón, fuente de amor, se hunde en el misterioso silencio de
Dios, en el corazón del averno ya resuena un himno de victoria.
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