viernes, 25 de diciembre de 2009

In Nativitate Domini


Ad primam Missam. In nocte

Dios entró en el mundo en una noche profunda. Aquél que sondea los abismos se adentró en la oscuridad del mundo. Dígannos, pues, ángeles de Dios, cómo fue el nacimiento de la Luz en las tinieblas de la noche. El que toma las tinieblas de la noche y las extiende de un extremo al otro de la tierra y luego las toma de la mano para conducirlas de nuevo a su casita, ¿cómo nació en medio de la noche? El que es luz de luz, ¿cómo apareció entre las negras manitas de las tinieblas? El que no se mueve en el tiempo, ¿cómo se entregó en las resbalosas manos de la noche, entre sus dedos de horas de prisas interminables? Dígannos ángeles de Dios, ¿cómo nació la Luz eterna en esta noche?
Y cuéntennos, pastores, ¿cómo se perfumó el rebaño cuando nació el Cordero de Dios? Cuéntennos, ¿cómo era el perfume espiritual del primogénito, el aroma calmante de la Víctima, el aroma tan nuevo escondido entre el viejo olor de las ovejas?
Dinos, José, ¿cómo rasgó el silencio la sublime voz de Dios, esa voz que echó a andar a Abraham, que encendió de erupción el Sinaí e hizo resplandecer la oscuridad del rostro de Moisés, esa voz que hizo arder de rabia a los profetas? Dinos, José, cómo de  tus huesos secos brotó un río de llanto que se dividió en tus ojos cuando la tremenda voz de Dios pasó entre ellos; dinos cómo pasó solemne entre el torrente de tus pensamientos chillones el llanto de un niño para ir a refugiarse en tu corazón, su tierra prometida. Tú, río de llanto silencioso en que nació el llanto de Dios, llora con nosotros en el silencio, para que oigamos el llanto del amor, el grito de Dios.
Y tú, Virgen santísima, dinos cómo era el amor virginal, el amor que no conoce pecado, el amor que se engendra a sí mismo y nace. Dios, que fue para su pueblo “como los que alzan a una criatura contra sus mejillas” quiso ser levantado entre tus brazos contra tus mejillas. Dinos pues, Virgen purísima, lo hermosas que eran sus mejillas, como cántaros de hierbas perfumadas. Levanta contra tus mejillas de granadas la suave ternura que hace sonreír al mundo. Y enséñanos a reír como lo hizo Dios embriagado de ternura en esta noche santísima.
Dulce Niño, que en esta noche viniste a nosotros con los ojos cerrados ante la maldad del mundo, y abriste tus manos para acariciar el mundo, míranos con clemencia y no nos sueltes de tu mano. Enséñanos el camino de la vida que eres tú mismo. Sé nuestro bastón y apoyo en el camino, y mientras aprendes a caminar delante de nosotros, llévanos detrás de ti, como discípulos, y que siempre con amor nos inclinemos ante ti, el más pequeño de nuestros hermanos.

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