Un Maestro de la
antigüedad cuenta que en una ocasión dos terribles enemigos viajaban en un
mismo barco. Para no estar juntos, uno se fue a la popa, y el otro a la proa.
Como se alzara una terrible tempestad, y el barco comenzara a hundirse, el que
estaba en la proa fue a preguntar al capitán cuál parte se hundiría primero. El
capitán le dijo que la popa. Así que el hombre se alegró porque antes de morir
vería la muerte de su enemigo.
Otro Maestro hizo
notar que muchos hombres pueden despreciar las riquezas y las honras, y
contentarse con bien poco para mantener la vida. Muchos podrían nutrirse
frugalmente y hallar complacencia en ello. Pero de la amistad todos sienten de
la misma manera. “Todos juzgan que no es vida la que está desamparada de
amigos… ¿Cómo se puede soportar la vida que no descansa en la benevolencia de
un amigo?”
Una vida sin amigos
no es vida. De nada serviría a un hombre ganarse todas las riquezas del mundo,
si se pierde a sí mismo. Y aun la misma pobreza y el hambre serían la más lamentable
desgracia si Cristo no se hubiera hecho amigo del pobre y del hambriento. El
hombre que no tiene amigos es una vida perdida, sea rico o sea pobre. Pero,
fíjate bien. La amistad es privilegio de los buenos, de los puros de corazón.
Los amigos que conducen al pecado y a la maldad se parecen más bien al hombre
que se alegra de ver morir a su enemigo antes de marchar a la misma ruina.
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