domingo, 25 de marzo de 2012

"Et discessit ab illa angelus".




Queridos hijos e hijas: nosotros jamás hemos visto a los ángeles, ni hemos escuchado su voz. Yo diría que más bien conocemos el silencio que reina en nuestras almas cuando se marchan. Pero a los ángeles no los hemos visto. No hemos escuchado su voz.
La Virgen Madre de Dios vio el rostro del ángel del Señor y escuchó su voz luminosa. Habló con él. “Y el ángel se retiró de su presencia”. Entonces la Virgencita se quedó a solas; con Dios muy cerca del corazón. “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, le había dicho el arcángel Gabriel, y el gozo de María se iluminó por completo. Pero de toda esta luz sólo quedó la sombra. A partir de ese instante dichoso, comenzaron días muy oscuros para María. Oscuros porque el poder del Altísimo la cubría con su sombra. La dulce voz del ángel volvió al silencio. Y en su lugar vinieron los cotidianos dichos de los hombres, nuestra palabrería, nuestras murmuraciones y nuestros juicios apresurados. Eran días oscuros, de esos días en que el corazón se contenta con la chispa de la fe, el eco de la esperanza y el calorcito de la caridad. Y mientras María tejía al Verbo inefable en sus entrañas.
Fíjate bien, María dice: “Yo soy la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Es como si dijera: “que se cumpla en mí el Amor que necesita calor, cariño, gozo y esperanza. Que se cumpla en mí, el misterio del Dios que se hace carne humana. Que este Amor reciba de mí el amor que mendiga. Que el Dios inaferrable cumpla en mí su misterio”.
Dice la Escritura que cuando Adán pecó en el paraíso, Dios cosió túnicas de piel para él y para Eva, su mujer. Pero cuando Dios envió a su Hijo al mundo, fue María quien tejió una túnica de piel para el Autor de todas las cosas. Y también dice la Escritura que cuando Adán pecó, Dios lo puso fuera del paraíso y colocó un querubín en la entrada para que no volviera. Pero cuando Dios envió a su Hijo al mundo, mandó cortésmente a su arcángel a anunciar su visita a su nuevo paraíso, el seno virginal de María. ¡Oh estupenda hospitalidad virginal, en que Dios entra en su casa sin dejar huella alguna de su paso! ¡Oh gracia admirable de Dios que conserva virginal el cuerpo y el alma de la criatura que visita! Y es que así son las cosas cuando son de Dios. Su gracia entra en nuestras vidas, vive en nosotros, crece en nosotros, ama en nosotros, obra todo en todos, y sin embargo nuestra libertad y nuestras fuerzas permanecen virginales, intactas.
María llevó en sus entrañas al mismo Sol de Justicia, a la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Y sin embargo afuera todo permaneció velado, oscuro, apenas el ángel partió. Afuera no se detuvieron la incomprensión ni las fatigas, la dureza de la vida, el vocerío de los hombres y sus leyes. Sin una especial iluminación de la gracia, nadie pudo siquiera sospechar que en las entrañas purísimas de la Virgen anidaba la fuente de la vida, porque el poder del Altísimo la cubría con su sombra, ese poder excelso que se complace en lo opaco, lo pequeño, lo secreto, lo humilde. En el interior de María acontecía lo mejor que le ha sucedido al mundo, y sin embargo afuera parecía que nada extraordinario sucedía. Incluso la virginidad de María excluye toda pretensión de demostrar al Dios indemostrable. Virgen tenía que ser la que diera a luz al Redentor de la soberbia humana, para que su humildad de esclava no tuviera ninguna prueba de que Dios había cumplido en ella todas sus promesas. Ésta es la humildad virginal “que hizo de Dios un niño”, la humildad virginal que no quiere otra prueba del Dios indemostrable que no sea Dios mismo.
Dinos, pues, Virgen Santísima, cómo era la voz del ángel. ¿Era como una luz ante los ojos de la fe? ¿O como un grito en el oído de la esperanza? ¿O era fuego de caridad en el corazón amante? Virgen Madre de Dios, acompáñanos cuando los ángeles se marchan y nos dejan a solas con Dios en el silencio. Muéstranos al Camino de la humildad que en ti se hizo nuestro camino, y haz que llevemos siempre a Cristo escondido en la oscuridad de nuestras vidas.

Prosthechea cochleata: orquídea pulpo







Aunque en español es conocida como pulpito, el nombre específico cochleata hace referencia a la forma de concha del labelo. Es una orquídea muy conocida que se encuentra en México, Centroamérica, Colombia y Venezuela. Epífita simpodial, florece con pocas exigencias de luz y de humedad. La vara floral brota del centro del pseudo bulbo, exhibiendo pequeños grupos sucesivos de dos o tres flores.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Formula brevior benedicendi numismata S.P.N. Benedicti


V.  Adjutórium nostrum in nómine Dómini. R. Qui fecit cælum et terram.
Exorcízo vos, numísmata, per Deum+Patrem omnipoténtem, qui fecit cælum et terram, mare et ómnia, quæ in eis sunt. Omnis virtus adversárii, omnis exércitus diáboli, et omnis incúrsus, omne phantásma sátanæ eradicáre et effugáre ab his numismatibus: ut fiant ómnibus, qui eis usúri sunt, salus mentis et córporis: in nomine Patris+omnipoténtis, et Jesu+Christi, Fílii eius, Dómini nostri, et Spíritus Sancti+Parácliti, et in caritáte ejúsdem Dómini nostri Jesu Christi, qui ventúrus est judicáre vivos et mórtuos, et sæculum per ignem. R. Amen.
V. Dómine, exáudi oratiónem meam. R. Et clamor meus ad te véniat.
R. Dóminus vobiscum. R. Et cum spíritu tuo.
Oremus
Deus omnípotens, bonórum ómnium largítor, súpplices te rogamus: ut per intercessiónem sancti Patris Benedícti his sacris numismátibus tuam bene-+dictiónem infúndas; ut omnes, qui ea gestáverint ac bonis opéribus inténti fúerint, sanitátem mentis et córporis, et grátiam sanctificatiónis, atque indulgéntias nobis concéssas cónsequi mereántur, omnésque diáboli insídias et fraudes per auxílium misericórdiæ tuæ stúdeant devitáre et in conspéctu tuo sancti et inmaculáti váleant apparére. Per Christum Dóminum nostrum. R. Amen.

Deinde Sacerdos aspergit numismata aqua benedicta.
Quæ formula brevior a S.C.R. die 13 Dec. 1922 (nº 129/22) approbata est pro ómnibus sacerdotibus tum O.S.B., tum ceteris facultatem specialem benedicendi dicta numismata habentibus.

lunes, 19 de marzo de 2012

Oratio ad S. Joseph


O felícem virum, beátum Joseph, cui datum est, Deum, quem multi reges voluérunt vidére et non vidérunt, audíre et non audiérunt, non solum vidére et audíre, sed portáre, deosculári, vestíre et custodíre!
V. Ora pro nobis, beáte Joseph.
R. Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Oremus
Deus, qui dedísti nobis regále sacerdótium: præsta quæsumus; ut sicut beátus Joseph unigénitum Fílium tuum, natum ex María Vírgine, suis mánibus reverénter tractáre méruit et portáre, ita nos fácias cum cordis mundítia et óperis innocéntia tuis sanctis altáribus deservíre, ut sacrosánctum Fílii tui Corpus et Sanguinem hódie digne sumámus, et in futúro sæculo præmium habére mereámur ætérnum. Per eúmdem Christum Dóminum nostrum. Amen.

¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le ha sido dado no sólo ver y escuchar, sino llevar, besar, vestir y custodiar a Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no lo vieron, oír y no lo oyeron!
V. Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oremos
Oh Dios que nos has dado el sacerdocio real, te pedimos que así como el bienaventurado José mereció tocar reverentemente con sus manos y llevar a tu Hijo unigénito, nacido de María la Virgen, así nos hagas, con pureza de corazón e inocencia de obras, servirte en tus santos altares, para que tomemos hoy dignamente el sacrosanto Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y en el siglo futuro merezcamos tener el premio eterno. Por el mismo Cristo, nuestro Señor. Amén.

jueves, 1 de marzo de 2012

Lycaste consobrina



El nombre de Lycaste se asocia frecuentemente a una de las hijas de Príamo con Hécuba, su segunda esposa, que fueron reyes de Troya cuando aconteció su célebre guerra. También encontramos en la mitología griega una figura homónima en la isla de Lemnos. Cuenta el poeta Publio Papinio Estacio en su Tebaida que la isla de Lemnos estuvo consagrada a Hefestos, dios de las profundidades de la tierra. El dios subía a la isla para reposar de las fatigas del ardiente Hades, donde fraguaba armas. Hefestos había desposado a Afrodita, pero ella lo despreció por su cojera y buscó los amores de Ares, dios de la guerra. Cuando Hefestos los descubrió, se enfureció y lo habitantes de Lemnos, indignados, abandonaron decididamente el culto a la diosa. En toda la isla los altares de Afrodita estaban fríos, pues nadie ofrecía sacrificios a la diosa. Por ello Afrodita quiso vengarse castigando a los lemnios con una cruel locura. Mientras los varones lemnios se encontraban próximos a volver de una expedición bélica contra sus vecinos de la Tracia, Afrodita infundió en la anciana Polixo una idea funesta. Polixo reunió a todas las esposas lemnias en el templo de Palas y las convenció de que había llegado el tiempo de dar culto a Afrodita, diosa de la belleza. Para ello había que dar muerte a todos los varones y Afrodita les daría nuevos lazos conyugales más dichosos. Todavía no terminaba su discurso cuando en la costa de la isla se vieron las velas de las naves lemnias que volvían victoriosas de la Tracia. Los hombres desembarcaron y ofrecieron sacrificios a sus dioses por la victoria, pero en sus altares no se manifestó más que un presagio funesto: una humeante llama negra en cada uno de ellos y la ausencia del dios. Celebraron festines con sus esposas, y cuando el vino los condujo al sueño, las mujeres lemnias emprendieron la masacre movidas por el mismo furor de Polixo. Ancianos, hombres y niños sucumben aterrados y confundidos. La temeraria Gorge retira la manta que cubre a Elimo, su esposo, que exhala vapores de vino. Él despierta y busca los ojos de la amada, la rodea con sus brazos, y muere con una espada hincada en el pecho y los brazos en el cuello de la esposa. Licaste, en cambio, contempla a su hermano gemelo Cídimo y abandona la espada. Desarmada, llora ante el cuerpo que está por perecer, y busca en su rostro los rasgos de su semejanza, contempla la flor de las mejillas y el cabello, que igual que el de ella, finge ser de oro. Hasta que su madre, que ya ha dado muerte a su esposo, la incita y amenaza y finalmente da muerte a su propio hijo con la espada. Después de la masacre, Lemnos fue habitada sólo por mujeres hasta que la expedición de los Argonautas llegó a la isla. Hipsípila, una de las mujeres que habitaban la isla, y que salvó a su padre escondiéndolo de las mujeres lemnias, contó, según Estacio, estas cosas a los Argonautas. Y cuando Hipsípila fue obligada a abandonar la isla por haber ocultado a su padre, Licaste cuidó de sus dos hijos, que luego rescataron a la madre.
Este relato, poco conocido, porque Estacio fue siempre menos conocido que Homero, me parece que explica bien el uso del nombre Lycaste para este género de orquídeas, si consideramos que varias especies de este género, especialmente las de flores amarillas como la que aquí nos ocupa, se cubren de numerosas flores solitarias que rodean los pseudobulbos después de que la planta ha dejado morir sus grandes y alargadas hojas. Esto sucede porque la planta sincroniza se reproducción sexual con la asexual, de modo que simultáneamente brotan las flores y los pseudobulbos nuevos, empleando para ello todas sus reservas de agua y nutrientes, con menoscabo de las hojas. Al caducar las hojas, los pseudobulbos quedan coronados con dos punzantes espinas, dispuestas como pequeños cuernos que sirven de defensa natural contra gusanos y babosas. De todos modos, los pseudobulbos siguen sirviendo para almacenar reservas de agua y nutrientes, aunque no florecerán ya más en los años sucesivos.
Lycaste consobrina es idéntica a L. aromatica, excepto en el olor. La consobrina tiene un aroma semejante al de los duraznos, mientras que la aromática exhala un característico olor parecido a la canela. Para inducir la floración se requiere un notable descenso de humedad relativa y aumento de horas de luz.