jueves, 14 de junio de 2012

"Merear, Domine, portare manipulum fletus et doloris; ut cum exsultatione recipiam mercedem laboris"


«Los verdugos, repuestos del asombro que la presencia de la Madre desolada les había causado, colocaron a Jesús sobre el madero afrentoso. Iban a enclavarle. María lanzó un grito sin ejemplo al ver los clavos y el martillo en manos del verdugo. Cristo, tendido sobre la cruz, envió una sonrisa de amor a su Madre. Juan y Magdalena arrancaron de aquel sitio a María conduciéndola a una cueva que se hallaba a pocos pasos de allí. De pronto se oyó un ruido seco, desgarrador, espantoso; era el sangriento clavo que, horadando la carne, clavaba la mano derecha de Jesús en el vergonzoso madero. Ante aquel sonido enmudecieron todas las gargantas; pero en medio de aquel universal silencio se escuchó un lamento doloroso que penetró en todos los corazones, y que salía del fondo de la cueva. Aquel grito de dolor brotaba del fondo del alma de la Madre de Jesús. Cuatro veces cayó con fuerza sobre el duro clavo el terrible martillo, y su sonido, seco, aterrador, llegaba hasta el corazón de María, desgarrándole como si fuera la punta de un puñal. La sangre saltaba al rostro del verdugo. Jesús se agitó dolorosamente sobre el madero. Entonces uno de los sayones, que observaba con frialdad el espantoso martirio del Galileo, se puso de rodillas sobre el virginal pecho de Jesús.
–"Ya está este brazo"–dijo un bruciano limpiándose la sangre purísima de Jesús que había salpicado su rostro.
–"Pues al otro, y acabemos".
Pero ¡ay! cuando los verdugos se apoderaron de la mano izquierda para clavarla, vieron que no llegaba al sitio donde estaban indicados los agujeros. Entonces… ¡horrible pensamiento! ataron una cuerda a la muñeca de Jesús, y apoyando un pie sobre una piedra, tiraron brutalmente, hasta el punto de dislocarle los hombros. El pecho de Jesús se levantaba con una agitación espantosa, y el infame verdugo hundía con más fuerza en él sus rodillas.
La mano izquierda fue clavada por fin. Los clavos tenían nueve pulgadas, eran triangulares y de cabeza redonda. La punta ensangrentada salió por el otro lado de la cruz. Faltaban los pies, y los colocaron sobre el punto de apoyo el uno sobre el otro. Dos clavos esperaban la carne para horadarla. Diez martillazos terminaron el horrible martirio. Jesús quedó enclavado, y fue levantado a la vista de las naciones. Entonces resonó un grito de alegría alrededor del Gólgota».

Tomado del libro El mártir del Gólgota, de Enrique Pérez Escrich

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