jueves, 25 de diciembre de 2014

Dignare me laudare te, Virgo sacrata: da mihi virtutem contra hostes tuos.


In Nativitate Domini
Ad tertiam Missam in die

Cuenta San Pascual Baylón que en una ocasión leyó un escrito del bendito abad Teodoro. Allí se cuenta que el santo abad, contemplando los misterios de la Navidad, vio a los demonios cerca de Belén, congregados en un gran consejo. Y se decían unos a otros: «Gran fiesta se hace en este lugar, ¿qué será?» Y otros decían: «Creo que María de Nazaret ha dado a luz aquí y los ángeles se le acercan como si fueran muchos familiares, y le dan consuelo». Opinaron otros: «¿Por qué no nos entrometemos para saber quién es y qué será del niño que ha traído al mundo?» Y respondieron otros más: «No creo que sea alguien de bien porque de Nazaret nunca ha salido ni un profeta ni nada bueno. No debemos temer nada que venga de Nazaret».
Pero otros replicaron: «No se confíen, porque cuando Dios quiere quebranta a los fuertes y derriba a los poderosos, y a los pequeños y débiles los fortalece y levanta. Bien saben ustedes que a nosotros, luego del pecado, nos arrojó de su gracia. Y en cambio a los hijos de Adán, esas miserables criaturas modeladas de barro, quiere darles una gloria mayor a la que nosotros perdimos. Por eso, a pesar de que Nazaret sea un lugar de poco bien, algún hombre de bien podría salir de allí, toda vez que María es una criatura muy santa y aborrece toda vanagloria. Bien saben ustedes cuántas veces la hemos tentado y siempre quedamos vencidos y avergonzados».
Entonces habló un demonio al que Satanás había encargado de tentar ferozmente a María y dijo: «Dios no acostumbra honrar por sus ángeles a personas pecadoras, lo sabemos. Sólo honra así a las almas santas y perfectas. Y en Belén no hay ninguna así, más que María. Tengan por cierto que algo muy santo se trae entre los brazos. A juzgar por la honra que Dios le ha dado enviando un ejército celestial, sin duda María ha dado a luz a un hijo como no ha habido otro igual. Miren cuánta luz irradian los ángeles. Más nos vale huir de ella».
Pero otro demonio, lleno de cólera estalló y dijo: «Basta, bestia inofensiva, nuestro oficio y propósito es pelear contra Dios y contra su voluntad. Hagamos nuestro poderío para que nadie le obedezca ni respete su voluntad». Todos los demonios estuvieron de acuerdo y se presentaron ante Lucifer, el más terrible de los príncipes de los demonios. Lucifer bufaba de rabia, de amargura y de odio, y así recibió a sus demonios, diciéndoles: «Por cuanto he sabido, se ha cumplido ya el tiempo en que Dios envía a su Hijo al mundo, nacido de una Mujer; y por las circunstancias que he oído, este Niño nacido de María es el Salvador del mundo. Nada pueden mi odio ni mis tentaciones contra él, pues se llama Dios fuerte; pero porque quiero disgustar a Dios, desde ahora es ya mi enemigo, y mi furia no se aplacará contra él. Toda su vida lo perseguiré y en la hora de su muerte conocerá mi poder».
Mientras tanto María escuchaba la dulce melodía del corazón del Niño, acariciaba su sapientísima frente y besaba con ternura las pequeñas manos y los pies del Salvador. Manos que un día, clavadas en la cruz, habrían de arrancar al hombre de las garras del diablo. Pies que un día, clavados por la maldad del diablo, habrían de llegar al corazón del hombre para conducirlo sobre sus hombros al corazón de Dios. Con María, la preciosa Reina Madre de Dios, adoremos a Dios hecho hombre, y con los ángeles fieles sirvámosle obedientes y piadosos.

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