jueves, 17 de mayo de 2012

"Supra quæ propitio ac sereno vultu respicere digneris et accepta habere"

«Sobre los cuales, es decir, sobre el santo sacrificio y ofrenda inmaculada, dígnate mirar y considerarlos aceptables. Es como si dijera: sobre los que mires y consideres aceptables, por eso, porque son sacrificio santo y ofrenda inmaculada, para que los que desconfiamos de nuestro mérito, seamos ayudados con la majestad de tan grande sacrificio. ¿Por qué pedimos que el Padre sea propicio y sereno sobre esta ofrenda y la considere aceptable, si nada tiene el Padre más aceptable que ella y a ella siempre la mira propicio y sereno, como está escrito: “Éste es mi hijo amado en el que me complazco”? Esto se refiere a los oferentes, para que quienes se aterran de los pecados y desconfían de sí, antepongan la ofrenda aceptable a sí mismos y, protegiéndose con su escudo, debajo de ella rueguen por sí mismos al Padre propicio y sereno, y aceptados por él debajo de ella deseen la ofrenda que de ningún modo dudan que sea aceptable, y para que quienes no osan ofrecerse al Padre, no sea que lo irriten con sus maldades, ofrezcan en su lugar al Hijo amado, y bajo su tutela se entrometan en la corte de su Padre.
Oramos entonces para que sea aceptable y le agrade en favor nuestro, para que al ofrecer lo que le agrada, Dios se complazca en nosotros. De allí que se apliquen los ejemplos de los santos, del justo Abel, del patriarca Abraham, del sumo sacerdote Melquisedec, para que así como aceptó Dios los sacrificios de ellos, así reciba esta ofrenda apiadándose de nosotros. Se dice que el sacerdote Melquisedec era considerado ilustre entre los sacerdotes de aquel tiempo.
Suplicantes te rogamos, Dios omnipotente, que mandes que sean llevados estos dones por manos de tu santo Ángel a tu sublime altar, ante la presencia de tu divina Majestad. Y es de extrañarse cómo oramos que el cuerpo y la sangre del Señor sean llevados a la presencia de Dios, cuando está escrito que Cristo siempre está ante el rostro del Padre intercediendo por nosotros. Y leemos que Cristo al ascender a los cielos fue exaltado sobre todo y se sienta a la derecha del Padre. ¿Cómo entonces rogamos que Cristo sea llevado a donde siempre está? Más arriba rogábamos que volviera su rostro propicio y sereno sobre la ofrenda del Hijo. Esto no significa que el Padre pueda ser severo con su Hijo, sino que cuando en ocasión del Hijo entremos en la propiciación del Padre, por amor del Hijo se apiade de nosotros. Tampoco significa que el Padre desprecie al Hijo si no nos acepta por él. Así y aquí rogamos al Padre que lleve al Hijo que siempre está ante él a favor de nosotros, para que el anhelo y devoción nuestra llegue al Padre por el Hijo, y con la fuerza de tan grande sacrificio nuestros anhelos sean llevados ante la presencia de Dios, pues el Hijo no asciende al Padre si nuestra devoción allá no llega. Por tal razón rogamos para que así como Cristo ante los discípulos, de la tierra ascendió al cielo y se hizo invisible para sus miradas a los mismos que después les habría de enviar el don del Espíritu Santo, así esta ofrenda, del altar terreno sobre el que se inmola, al sublime altar ante la presencia de Dios se transfiera y de allí seamos colmados de toda bendición celeste y gracia; esto es, las cosas que visiblemente tratamos en la tierra, invisiblemente se realizan en el cielo».
Tomado de la Explanatio Dominicæ orationis (IV, 1, 990-1036) de Frowin von Engelberg, tr. mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario