Oramos entonces para que sea
aceptable y le agrade en favor nuestro, para que al ofrecer lo que le agrada,
Dios se complazca en nosotros. De allí que se apliquen los ejemplos de los
santos, del justo Abel, del patriarca Abraham, del sumo sacerdote Melquisedec,
para que así como aceptó Dios los sacrificios de ellos, así reciba esta ofrenda
apiadándose de nosotros. Se dice que el sacerdote Melquisedec era considerado
ilustre entre los sacerdotes de aquel tiempo.
Suplicantes te rogamos, Dios
omnipotente, que mandes que sean llevados estos dones por manos de tu santo Ángel
a tu sublime altar, ante la presencia de tu divina Majestad. Y es de extrañarse
cómo oramos que el cuerpo y la sangre del Señor sean llevados a la presencia de
Dios, cuando está escrito que Cristo siempre está ante el rostro del Padre
intercediendo por nosotros. Y leemos que Cristo al ascender a los cielos fue
exaltado sobre todo y se sienta a la derecha del Padre. ¿Cómo entonces rogamos
que Cristo sea llevado a donde siempre está? Más arriba rogábamos que volviera
su rostro propicio y sereno sobre la ofrenda del Hijo. Esto no significa que el
Padre pueda ser severo con su Hijo, sino que cuando en ocasión del Hijo entremos
en la propiciación del Padre, por amor del Hijo se apiade de nosotros. Tampoco
significa que el Padre desprecie al Hijo si no nos acepta por él. Así y aquí
rogamos al Padre que lleve al Hijo que siempre está ante él a favor de
nosotros, para que el anhelo y devoción nuestra llegue al Padre por el Hijo, y
con la fuerza de tan grande sacrificio nuestros anhelos sean llevados ante la
presencia de Dios, pues el Hijo no asciende al Padre si nuestra devoción allá
no llega. Por tal razón rogamos para que así como Cristo ante los discípulos,
de la tierra ascendió al cielo y se hizo invisible para sus miradas a los
mismos que después les habría de enviar el don del Espíritu Santo, así esta ofrenda,
del altar terreno sobre el que se inmola, al sublime altar ante la presencia de
Dios se transfiera y de allí seamos colmados de toda bendición celeste y gracia;
esto es, las cosas que visiblemente tratamos en la tierra, invisiblemente se
realizan en el cielo».
Tomado de la Explanatio Dominicæ orationis (IV, 1, 990-1036) de Frowin von Engelberg, tr. mía.
Tomado de la Explanatio Dominicæ orationis (IV, 1, 990-1036) de Frowin von Engelberg, tr. mía.
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