«Los verdugos, repuestos del asombro que la presencia de la
Madre desolada les había causado, colocaron a Jesús sobre el madero afrentoso.
Iban a enclavarle. María lanzó un grito sin ejemplo al ver los clavos y el
martillo en manos del verdugo. Cristo, tendido sobre la cruz, envió una sonrisa
de amor a su Madre. Juan y Magdalena arrancaron de aquel sitio a María
conduciéndola a una cueva que se hallaba a pocos pasos de allí. De pronto se
oyó un ruido seco, desgarrador, espantoso; era el sangriento clavo que,
horadando la carne, clavaba la mano derecha de Jesús en el vergonzoso madero.
Ante aquel sonido enmudecieron todas las gargantas; pero en medio de aquel
universal silencio se escuchó un lamento doloroso que penetró en todos los
corazones, y que salía del fondo de la cueva. Aquel grito de dolor brotaba del
fondo del alma de la Madre de Jesús. Cuatro veces cayó con fuerza sobre el duro
clavo el terrible martillo, y su sonido, seco, aterrador, llegaba hasta el
corazón de María, desgarrándole como si fuera la punta de un puñal. La sangre
saltaba al rostro del verdugo. Jesús se agitó dolorosamente sobre el madero.
Entonces uno de los sayones, que observaba con frialdad el espantoso martirio
del Galileo, se puso de rodillas sobre el virginal pecho de Jesús.
–"Ya está este brazo"–dijo un bruciano limpiándose la sangre
purísima de Jesús que había salpicado su rostro.
–"Pues al otro, y acabemos".
Pero ¡ay! cuando los verdugos se apoderaron de la mano
izquierda para clavarla, vieron que no llegaba al sitio donde estaban indicados
los agujeros. Entonces… ¡horrible pensamiento! ataron una cuerda a la muñeca de
Jesús, y apoyando un pie sobre una piedra, tiraron brutalmente, hasta el punto
de dislocarle los hombros. El pecho de Jesús se levantaba con una agitación
espantosa, y el infame verdugo hundía con más fuerza en él sus rodillas.
La mano izquierda fue clavada por fin. Los clavos tenían
nueve pulgadas, eran triangulares y de cabeza redonda. La punta ensangrentada
salió por el otro lado de la cruz. Faltaban los pies, y los colocaron sobre el
punto de apoyo el uno sobre el otro. Dos clavos esperaban la carne para
horadarla. Diez martillazos terminaron el horrible martirio. Jesús quedó
enclavado, y fue levantado a la vista de
las naciones. Entonces resonó un grito de alegría alrededor del Gólgota».
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