Dominica X per annum
Cuando era estudiante de filosofía,
recuerdo que en una ocasión uno de nuestros profesores planteó, queriendo
divertirse un poco, un argumento cornudo, de esos que sonaban mucho en los
pasillos de las escuelas medievales: «¿Puede Dios crear una piedra tan grande
que ni él mismo la pueda levantar? ¿Qué opinan?» La pregunta despertaba nuestras
respuestas apresuradas que no vale la pena mencionar aquí. Respondamos que sí.
Dios puede crear una piedra tan grande que ni él mismo la pueda levantar,
porque Dios todo lo puede. Esto se llama potencia absoluta. Pero es mucho más real
decir que por su potencia ordenada Dios no puede hacer eso simplemente porque
Dios respeta las leyes de su creación, y de hecho nunca vemos a Dios levantando
piedras, ni siquiera el más pequeño granito de arena. En el orden del mundo,
unas piedras cargan a otras piedras, hombres y animales mueven piedras, pero
Dios no ha querido mover ninguna. En ese sentido, el grano más pequeño de polvo
es la piedra tan grande que Dios no puede levantar, simplemente porque no le da
la gana, simplemente porque no quiere en su soberana libertad. Dios quiso un
mundo así, en el que él no tuviera que levantar ninguna piedra por pequeña o
grande que ésta sea.
Hoy hemos escuchado las duras
palabras del Señor: «El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá
perdón; será reo de un pecado eterno». Aquí entendemos por Espíritu Santo a la
Santísima Trinidad que es un solo Dios, pues las tres Divinas Personas son
Espíritu y son Santos. Entonces pregunto: ¿Puede Dios hacer una creatura con
una libertad tan grande, capaz de cometer un pecado tal que ni Dios mismo la
pueda perdonar?
Respondamos que sí, porque Dios
todo lo puede. Pero aclaremos algunas cosas. Alguien puede blasfemar contra
Dios, y no por ello disminuye la gloria divina. Un grupo de personas insensatas
puede agredir a los buenos cristianos que acompañan la procesión del Corpus
Domini, y sin embargo con ello no disminuyen la majestad divina.
Es que con la blasfemia sucede algo
parecido a lo que le pasa a un hombre que da puñetazos contra una roca áspera y
sólida. En sus puños se abre una herida que se le hará incurable en la medida
en que continúe golpeando. Una blasfemia no quebranta la gloria de Dios en sí
misma; resquebraja la gloria de Dios en ti. Por eso la blasfemia contra el
Espíritu de Dios es un pecado que aparenta ser tan pequeño, tan poca cosa, como
un granito de arena.
Pero entonces, ¿qué es la blasfemia
contra el Espíritu Santo? Fíjate bien, la blasfemia contra el Espíritu Santo es
una manera de vivir. Nosotros cristianos hemos recibido el Espíritu de Dios con
las aguas del bautismo. Y Dios ha querido que su Espíritu nos acompañe siempre
a lo largo de nuestra vida. Incluso cuando nuestros pasos se extravían
siguiendo lo torcido de nuestros corazones, el Espíritu de Dios está allí, con
nosotros, hablándonos internamente de la verdad de la fe y de los bienes
celestiales. Si un cristiano se vuelve un criminal, el Espíritu de Dios no lo
abandona, ni siquiera mientras comete sus más terribles maldades. Allí está el
Espíritu, llamándolo a volver al camino de la salud y de la vida. Pero hay un
momento en que el Espíritu de Dios abandona al pecador para siempre: el momento
de la muerte, momento en el que su herida se hace incurable. Un hombre que se
ha obstinado en vivir en la maldad, despreciando los auxilios de la gracia y de
la misericordia de Dios, lleva una herida que Dios puede curar mientras tenga
la luz de esta vida. Pero, llegado el momento de la muerte, si el pecador no se
arrepiente, su blasfemia se ha consumado, se ha hecho incurable porque el
enfermo no quiso la medicina. Entonces el Espíritu de Dios lo abandona para
siempre, pues es claro que el Espíritu no lo acompañará en el infierno. La voluntad
de Dios es que la voluntad del hombre ame su salvación. Si el hombre odia lo
que puede salvarlo, se aparta de la voluntad de Dios. Su odio y su deseo
nefasto de permanecer en la maldad son un peso que Dios no levanta. Pero Dios
quiere elevar nuestros corazones. Nuestras almas no son piedras que Dios no
quiere levantar.
Jesús advirtió esto a los escribas
cuando les dijo que si ellos persistían en su obstinación llegaría el momento
en que sus libertades se harían tan pesadas que acabarían por decidir no
dejarse mover por el Espíritu Santo. Habían afirmado ya que el poder de Cristo
venía de Satanás, y con ello incurrían en un engaño. Un engaño que fácilmente
puede hacer resbalar en la blasfemia, pues te hace creer que da lo mismo servir
para el mal que servir al bien. Queridos hijos e hijas. No nos engañemos. Jamás
el diablo podrá darnos nada temporal que no podamos obtener por nuestras
propias fuerzas. Eres tú quien con tus injusticias te apoderas de lo que
pertenece a Dios, arrebatas la vida, te encadenas a tus bienes. Digamos que el
diablo te invita a comer en la posada mundana de la injusticia, pero siempre tú
pagas la cuenta. Y en lo que se refiere a la salvación, eso ni siquiera podemos
alcanzarlo con nuestras propias fuerzas. Sin la ayuda de Dios, sin el don de su
Espíritu, nada podemos hacer para salvarnos, pues la voluntad de Dios es lo
único que puede elevar nuestra voluntad para salvarnos. No despreciemos, pues,
al Espíritu da Dios, creamos en él, y dejémonos conducir por él hacia la verdad
plena.
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