En una ocasión,
unos ancianos preguntaron a un sabio pagano cómo nacieron las orquídeas. Y el
sabio les contó que una vez una diosa bajó del cielo junto a un gran río en
oriente. Y comenzó a recorrer el mundo, contemplándolo. Y de las cosas que
halló más bellas hizo flores aún más bellas. Mientras se paseaba por la orilla
de un río, vio un tigre terrible que abría las fauces feroces. Y encantada por
la belleza dorada de su piel y la majestad tremenda de sus fauces, la diosa hizo
una flor que asemejaba a un tigre con las fauces abiertas. Vio luego un tropel
de toros que corrían en estampida, y, maravillada, hizo una guirnalda de flores
que asemejaron una manada de toros saltando. Pero la diosa notó que las abejas
no aman el olor de los toros porque no se bañan, entonces dio un delicado aroma
a su flor para que las abejas pudieran venir a gustar su perfume. Al atardecer,
la diosa vio un grupo de bailarines danzando y también hizo una fiesta de flores
de hermosas faldas y brazos en juego. Y cuando cayó la noche, vio una multitud
de mariposas revoloteando. Y enamorada de sus alas blancas de luna, hizo
también una magnífica flor.
Se acercaba el
tiempo en que la diosa debía partir y volver a su cielo. Pero antes de
marcharse, la diosa quiso ver por última vez sus flores. Con gran tristeza se
dio cuenta de que los hombres descuidados las habían pisoteado y arruinado.
Entonces comenzó a recogerlas una por una y a echarlas en su chal para
llevárselas consigo. Al fin llegó el día en que debía partir y la diosa comenzó
a ascender al cielo. Y mientras ascendía, se le cayó su zapatito que también
era una flor. Se inclinó entonces la diosa para ver dónde había caído su
zapato. Y mientras buscaba, con la mirada en la tierra, se dio cuenta de que
todo se veía muy triste sin la alegría de sus flores. Y mientras se elevaba se
compadeció del mundo, extendió su chal y arrojó de nuevo sus flores, que
quedaron atoradas sobre las ramas de los árboles. Por eso las orquídeas viven y
florecen en las ramas de los árboles. Entonces prometió la diosa que a quienes
cuidaran de sus flores les concedería la virtud de la paciencia y de la
perseverancia, y les enseñaría la prudencia para proteger lo débil y adherirse
a lo fuerte.
Fíjate bien,
Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, vino a este mundo para hacer nuevas
todas las cosas; las revistió de nueva belleza, la belleza de la gracia, y las
perfumó con el aroma del mérito. Pero antes de salir de este mundo para ir al
Padre quiso dejar todas las cosas cumplidas en el árbol de la cruz. Allí puso
al hombre. Lo elevó para que nunca más sea pisoteado por el hombre ni el pecado
lo marchite. Allí, en el árbol de la cruz, está nuestra vida, nuestra esperanza
y nuestra resurrección.
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