«Una de las
mayores preocupaciones del Excmo. Señor Obispo Campos y Ángeles, luego que tomó
posesión de la Diócesis de Chilapa, fue su Seminario, al que encontró con
serias deficiencias en todos los órdenes. Tuvo el encomiable acierto de traer a
los Padres Eudistas para que hicieran del Seminario un centro de formación de
sabios, santos y, por ende, celosos ministros del Señor.
Los Padres
franceses no defraudaron las esperanzas del Prelado. El Obispo les dio luz
verde para que utilizaran cuanto recurso estuviera a su alcance. Eran
relativamente pocos para tan ardua tarea y solicitaron la ayuda del alumno de
Teología David Uribe para que, sin descuidar sus estudios, ayudara en la
disciplina y en las clases.
El joven Uribe
había alcanzado una madurez excepcional, un gran sentido del deber, y Dios le
había dado una capacidad intelectual fuera de lo común. Así pudo, en un tiempo
relativamente corto, mejorar considerablemente la disciplina del Seminario con
energía y suavidad. Sus clases eran amenas y profundas. Sabía despertar en los
estudiantes la afición al latín y a la literatura. El estudio del latín es,
cuando menos, una verdadera gimnasia intelectual.
El ejercicio del
magisterio fue para David una formidable preparación para el ejercicio de la
predicación. Sabría más tarde exponer la verdad uniendo felizmente la
elocuencia y la profundidad de la doctrina.
El siguiente
hecho nos revela cómo sabía David llevar la disciplina: un seminarista causaba
serios desórdenes y nadie podía hacer nada para que abandonara su actitud. Se
acercó David y le dijo, mirándolo fijamente: “¿Qué le pasa, Don, qué le pasa?”
Y eso bastó.
Es justo destacar
que, a pesar de ayudar en la disciplina y en el magisterio, David no
interrumpió sus estudios de Teología; siguió obteniendo los primeros lugares en
los exámenes, y en muchas ocasiones fue escogido para presentar examen público».
Tomado del libro Beato P. David Uribe Velasco. Vida y martirio, escrito por el R.P. José Uribe Nieto.
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