Sabbato sancto
Sin duda los delfines son cetáceos
misteriosos. Su célebre inteligencia nos entusiasma. Son fuertes mamíferos que
habitan en su mayoría en aguas saladas, y acostumbran mantenerse siempre cerca
de la tierra firme. Suelen nadar en grupo y ayudarse mutuamente para encontrar
alimento y proteger a sus crías. Cuando los delfines nacen, reciben de su madre
leche a chorros, y los miembros de la manada los rodean de modo que ellos
juegan en el centro del grupo, y así tonifican sus cuerpos para la vida en el
mar.
Son los delfines amigos de los
hombres. Muchas historias de marineros cuentan de embarcaciones en peligro de
naufragio que fueron guiadas por delfines hasta encontrar tierra firme,
salvándoles la vida. Y así, los delfines son imagen de Cristo, buen amigo del
hombre, que nos guía a través del mar de este mundo a un puerto seguro, a la
tierra firme de la vida resucitada.
Y también son figura de nosotros
los cristianos. Una antigua leyenda cuenta que un dios viajaba en una embarcación
vestido de majestad y esplendor. Un grupo de piratas vio su nave y, pensando
que se trataba de un noble príncipe, quisieron atacarla para despojarlo de sus
riquezas y venderlo como esclavo. Asaltaron la nave y sometieron al príncipe.
Pero cuando ya se alegraban de su botín, el príncipe se transformó en un león
rugiente que rompió las ataduras que lo tenían subyugado. Los piratas
aterrorizados se arrojaron al mar, y suplicaron al dios por su vida. Entonces
tuvo compasión de ellos y los convirtió en delfines, ordenándoles que en
adelante su vida entera estuviera consagrada a ayudar a los hombres que se
encontraran en medio de los peligros del mar.
Fíjate bien, el Señor Jesús, Dios
verdadero, se entregó a sí mismo en nuestras manos para ser clavado en la cruz,
y después de haber atravesado la muerte, como león victorioso se ha levantado del
abismo, ha roto las cadenas de nuestra esclavitud, nos ha sumergido en las
aguas del bautismo y nos ha transformado en creaturas nuevas. Los nuevos
cristianos, como jóvenes delfines, son alimentados con la leche de la fe, la
esperanza y el amor, mientras se fortalecen para la navegación cristiana. Y así
la Iglesia es una sabia familia de delfines. Hemos sido perdonados por Cristo,
a nuestra vez hemos de hacernos como él, amigos del hombre para socorrer a
todos los que están en la tribulación.
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