Eran tiempos en
que el metódico Obispo de Chilapa, el jalisciense D. José Homobono Anaya,
exigía en su seminario piedad, disciplina y estudio.
El sueño, tantos
meses acariciado, era por fin una dulcísima realidad. Llegaba a una meta que
era el punto de partida de otras muchas metas que iría logrando trabajando con
denuedo.
Él lo ignoraba,
pero Dios, en sus secretos arcanos, lo llamaba al testimonio supremo del
martirio. Mártir, palabra de origen griego que significa testigo. David desde
el primer año de su vida seminarística dio testimonio cotidiano de una
auténtica vocación al sacerdocio ministerial.
El Señor Cura D.
J. Merced Corral y Mendoza, ya anciano venerable, decía: “Yo tenía dos años en
el seminario cuando llegó David. No faltaron quienes, al verlo sencillo y de
talante campesino, lo juzgaron tonto y hasta quisieron jugarle algunas bromas
pesadas. Él salía airoso de cualquier situación y pronto tuvieron que
respetarlo, pues comenzó a sobresalir por su brillante inteligencia, por su
conducta intachable y por su aprovechamiento académico. Era de conversación
amena; un gran humorista sin ser nunca vulgar. David fue siempre la miel en
penca y un tepetate”.
Al decir esto
último el buen P. Corralitos, reía y reía, al tiempo que derramaba copiosas
lágrimas. ¿Qué quiso decir Corralitos con eso de “y un tepetate”? Tal vez la
firmeza de carácter y la solidez de principios de David Uribe».
Tomado del libro Beato P. David Uribe Velasco. Vida y martirio, escrito por el R.P. José Uribe Nieto.
Tomado del libro Beato P. David Uribe Velasco. Vida y martirio, escrito por el R.P. José Uribe Nieto.
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